Conciencia Cierta


De pronto adquieres conciencia de tu edad, ya no eres simplemente una persona mayor, no, eres un anciano. Aun cuando no estés enfermo, ni relegado a algún artefacto que te mantenga estable, sientes el peso de la edad. Un poco mareado, la cabeza pesada, cansado después de una noche completa, como si no hubieses pasado horas de sueño. Despiertas a otro día mas sin obligaciones particulares. Habías creado múltiples responsabilidades, como esta de escribir, pero también se fueron aclimatando al vacío. Es como si hubiese sido ayer, las corridas a la oficina, el terremoto de los hijos pequeños en la casa. El ajuste de las finanzas que nunca están equilibradas, los malabarismos por llegar a fin de mes sin grandes deudas. De pronto todo ese desperdicio de tiempo libre, esa contabilidad de las horas, los días que pasan y lo que resta. Es inevitable pensar en el final, aun cuando todavía no sienta su alborada. Es el devenir de la oscuridad, o por el contrario, de la luz infinita. Si, le temo a la muerte, pero no sabría definir su materia. Quisiera vivir eternamente, pero sin sufrir enfermedades ni invalidez de algún tipo. Así, irme sin darme cuenta, dormir y no despertar. Pero entiendo que la vida vale por la conciencia que tenemos de ella, entonces cuando esto se pierde, por senilidad, por ejemplo, cuando no se tiene claro la vivencia que estamos pasando, qué sentido tiene ese vivir físico. Por otra parte, he visto también ancianos plenos de conciencia, sus mentes bien claras y despiertas, pero el cuerpo un desastre. Entonces, cuando se es consciente de los sufrimientos y las debilidades, tampoco tiene razón de ser eso denominado, vida. Claro, están los hijos, probablemente también, los nietos. Veo gente de esta edad, dedicados a los nietos, corriendo con ellos y detrás de ellos. También corriendo detrás de todos ellos, mendigando un poco de atención. Alguna hija mujer, en particular, se ha dedicado a sus padres, a veces renunciando a su propia vida privada, por lo general con cierto virtuosismo entre uno y otro, para complacer a todos. Pero también veo mucha soledad y abandono. Muchas veces son ancianos en sillas de rueda, bajo la tutela de alguna auxiliar. Una joven aburrida, oriunda de algún país lejano, adonde dejó familiares propios, quizá algún hijo, esposo, padres. Necesitadas de dinero, tan escaso en su patria, empuja la silla del anciano, sentada en algún banco de plaza, mira pasar las horas y tantos extraños. Es muy poco lo que tienen ambas en común, aun cuando a veces se crean lazos de calidez. Pero a diario se informa de ancianos maltratados y hasta robados de manera impune. ¿Dónde están aquellos hijos, entonces?. A veces se enteran tarde de lo acontecido, o quizá nunca. El viejo no esta en condiciones de transmitirlo. Ha caído bajo el control de la tal auxiliar, que muchas veces tiene motivo suficiente para expresar su agresividad. Ante todo el trabajo tan duro y extenuante con su paciente, luego la falta de sus queridos. El dinero no lo es todo, debemos reconocerlo.

Las casas de ancianos, a veces con nombres rimbombantes, huelen a explotación capitalista por excelencia. Los lugares modernos parecen hoteles, con enormes salas amuebladas con lujos orientales. La recepción, igualmente soberbia, donde una empleada juega el papel de madre santa. La propuesta de servicios no deja lugar a dudas, todo debe pagarse con excelencia, también las diminutas viviendas cuestan un caudal de billetes. Piscina, salas de juegos, de bailes, de reuniones esporádicas, se denomina… cultura y esparcimiento. Pero al fin y al cabo, dichas salas están repletas de viejos decrépitos, algunos haciendo su tercera siesta. Muchas mujeres, cabezas pobladas de cabellos blancos, algún hombre aun perdura, por aquí o por allá. Ello se denomina, vida social, para apaciguar la terrible sensación de desamparo.

Están todos juntos en soledad.

En sociedades de antaño, indígenas, primitivas, el anciano era una figura respetada, digna de mención y poder. Siempre estaba al cuidado de alguien, pero por sobre todo tenía una función primordial en la vida de la comunidad. Su palabra, su sabiduría, la experiencia que portaba en sus años, lo hacían acreedor a la confianza de toda la comunidad. Se apelaba a ellos para tomar cualquier decisión, para dirimir algún conflicto, para recibir consejos.

Hoy en día, las tecnologías tan bien manejadas por los más jóvenes, suplantaron todo aquello. ¿Qué sabes tu, viejo? Tus dedos no recorren con agilidad los teclados electrónicos, ni siquiera puedes navegar con suficiencia entre tantas aplicaciones o las llamadas “redes sociales”. Eres torpe en el mundo moderno, no te mueves con agilidad, no conoces los términos actuales, es decir… ya no hablas el lenguaje del mundo moderno. ¿Qué pretendes entonces?.

No podría abandonar este proyecto literario, sin entrever alguna solución, al menos a nivel individual. Ante todo, por este medio, la redacción y posterior publicación con la idea de hacer menos transparente mi existencia. Luego, descubrir inclinaciones propias en el marco de las artes, el conocimiento, los estudios y todo lo que las nuevas tecnologías ofrecen. Porque el poder de la información ya no está más relegado a algunas castas sociales. Tal vez, con demasiados tecnicismos y términos estruendosos, pero aun no tan difíciles de descifrar. Si eres un anciano con dolores de espalda, dificultades para mover tus piernas y otros obstáculos, pero tienes la mente abierta, aquel mundo está disponible para ti. Puedes recorrer el mundo, el actual como el antiguo, por medio de la pantalla, sin despegarte de la silla. Pero claro está, es importante también, mover el cuerpo, y para ello, el mas eficiente y accesible método, es… caminar. No hay que cumplir con exigencias olímpicas ni competitivas, solo hacerlo de cualquier manera. Con la intención de salir de compras, recorrer negocios y escaparates, pero también en algún parque público. Prestar atención a la gente que te rodea, tus congéneres, los diferentes rasgos y tipos, es de por sí un paseo para la mente. Y percibir al fin, que no estás solo, no tanto al menos.

Hasta pronto, entonces.

Josef Carel

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