En el año 1668, el escritor alemán Grimmelshausen, publico su obra maestra, una novela picaresca “Las aventuras de Simplicimus”. La obra fue inspirada por los horrores de la “Guerra de los 30 años”, en la cual él mismo toma parte. Esa guerra entre 1618 y 1648, devasto a Alemania completamente. Se trata de una crítica abierta al liderazgo de aquel entonces. En 1618 Alemania contaba con 12 millones de habitantes, para 1648 quedaban apenas 4 millones.
Simplicimus hace el papel de un tonto, un supuesto ignorante, falto de toda capacidad intelectual, hasta que incluso es convertido en un becerro. Y pese a todo, dialoga con su amo, el gobernador del condado al cual pertenecía, y le recrimina sus acciones y la egolatría en la cual está hundido. Recordemos, todo esto sucede en medio de una terrible guerra sin fin.
La vigencia de su censura a los dirigentes políticos, se extiende hasta nuestros días, y se puede extender a cualquiera de los dirigentes actuales.
Señor, aunque en este mismo momento pudiera reemplazarte en tu lugar con todos sus honores yo no lo aceptaría. Mi señor se rio y dijo: —Bien, te creo, pues los bueyes se encuentran mucho mejor donde haya avena para comer. Si tú tuvieras un espíritu que, como el de la gente de noble carácter, mirara hacia lo alto, tratarías por todos los medios de alcanzar mayores honores y dignidades. Yo no considero una desgracia que la suerte me haya elevado sobre otros hombres. Yo suspiré y dije: —¡Oh, penosa felicidad! Señor, te aseguro que tú eres el más miserable de todos los hombres de Hanau. —¿Cómo es eso, becerro? —replicó—. Demuéstramelo, porque yo no noto nada de todo ello. —Si no sabes ni sientes las grandes preocupaciones e intranquilidades que lleva consigo el gobierno de Hanau, entonces es que te ciega tu ambición. O eres de hierro e insensible por completo. Es cierto que tú ordenas y todos los que están por debajo de ti te deben obedecer. Más ¿lo hacen porque sí? ¿No eres tú el criado de ellos? ¿No debes preocuparte de todos y cada uno de tus gobernados? Mira, estás rodeado de enemigos por todas partes y únicamente tú eres responsable de la fortaleza. Tienes que procurar rechazar al contrario y vigilar que tus planes no sean espiados. ¿No sería mejor para ti, algunas veces, ser un simple centinela? Además, tienes que cuidar que no falte dinero, ni municiones, provisiones y tropa; tienes que estar continuamente recaudando y desangrando el país. Si mandas a los tuyos para tal objeto, entonces su único negocio es robar, saquear, asesinar, incendiar. Recientemente, saquearon Orb, tomaron Braunfels y convirtieron Staden en cenizas. Para ellos es el botín; para ti, la responsabilidad ante Dios. Reconozco que, junto al honor, aprecias el provecho. Pero ¿sabes quién disfrutará de todos estos tesoros reunidos? Supongamos que puedas conservar esta riqueza, lo cual es dudoso; después de la muerte tendrás que dejarlo todo y no llevarás contigo más que los pecados que cometiste para conseguirlo. Si eres feliz gozando de tu botín, despilfarras el sudor de los pobres y la sangre de los que ahora sufren en la miseria y se mueren de hambre. Observo con bastante frecuencia cuánto te preocupa la carga que te impone tu grado; yo, en cambio, y todos los demás becerros, podemos dormir tranquilos, a pierna suelta y sin temor. Un descuido puede costarte la cabeza; por ejemplo, si olvidas algo que habría debido ser tomado en cuenta para el sostenimiento de tus tropas y de la fortaleza. Fíjate: yo estoy libre de estas preocupaciones, y como sé que solo debo a la naturaleza una vida, no me preocupo de que alguien asalte o no mi establo. Tampoco tengo necesidad de ganarme la vida trabajando, pues si muero joven, me habré librado de llegar a ser buey. No hay duda de que tú tienes que asegurarte de mil maneras contra las trampas que se te puedan tender, por ello en tu vida no hay más que angustias e insomnios sin cuento. Temes tanto a los amigos como a los enemigos, ya que todos quieren quitarte algo de cuanto tienes: tu vida, tu dinero, tu buen nombre, tu mando o cualquier otra cosa. El enemigo te ataca cara a cara, tus supuestos amigos envidian a tus espaldas tu buen hado y tampoco estás seguro de tus súbditos. Y no hablaré de cómo te atormenta a diario tu ambición, que no te deja un momento de reposo. Continuamente estás pensando en cómo harás más famoso tu nombre, de qué manera alcanzarás un rango superior en la guerra.
No quiero cambiarme por ti, que tienes, contando a doce o trece compañeros de mesa, parásitos y gorrones, presumiblemente cien o más de diez mil enemigos encubiertos, calumniadores y envidiosos. Es más, ¿qué felicidad, qué placer, qué alegrías puede tener quien está a la cabeza de tanta gente, a la que debe cuidar, defender y sostener? ¿Acaso no has de estar en permanente alerta, preocupado por los tuyos y debiendo atender sus quejas y protestas? ¿Acaso no es ardua la tarea como para además tener que soportar a enemigos y envidiosos? No creas que no veo los sapos que debes tragar y los descontentos que has de tolerar. Querido señor, ¿cuál será finalmente tu premio?, dime, ¿qué sacarás tú de todo? Si no lo sabes piensa en la suerte de Demóstenes, quien, tras luchar honrada y valerosamente por los derechos y el provecho común de los atenienses, fue desterrado y cayó en desgracia como si hubiera cometido un crimen horroroso; piensa en Sócrates, a quien recompensaron con veneno; en Aníbal, que recibió en paga de los suyos el ser condenado a errar por el mundo como un fugitivo apestado; en Camilo, a quien sucedió lo mismo; y finalmente piensa en la suerte de los griegos Licurgo y Solón, pues el primero fue lapidado y el segundo tuvo que abandonar el país como un asesino, tras serle arrancado un ojo. Por ello quédate con tu mando y el sueldo que este te reporta, no quiero yo partir ganancias contigo, pues, aunque todo te vaya bien, no sacarás más que una mala conciencia. Sí, por el contrario, si solo tuvieras en cuenta tu conciencia, pronto perderías tu puesto por inepto, como si en efecto te hubieras convertido en un becerro como yo.
Luego, el autor extiende un alegato respecto a los animales, que pese a ser considerados irracionales, solo con sus “instintos animales”, demuestran una inteligencia muy natural.
¿Acaso pensáis los humanos que los animales estamos locos? ¡Ni se os ocurra pensarlo! Sostengo que si hubiera aquí animales más viejos que yo y pudieran hablar, os harían cambiar de opinión, pues ¿quién creéis que enseñó a los palomos, a los gallos, a los mirlos y a las perdices a purgarse con hojas de laurel? ¿Y a los pichones, las tórtolas y gallinas a hacer lo mismo con *cardinche? ¿Quién instruyó a perros y gatos para que comieran hierba cubierta de rocío para limpiar sus estómagos? ¿O a las tortugas a sanar con cicuta los mordiscos sufridos? ¿O al ciervo herido a servirse de díctamo o poleo? ¿Por quién sabe la comadreja que es necesario el *higueruelo tras enfrentarse a un murciélago o a una serpiente? ¿Quién es el responsable de que, como medicina, los jabalíes coman hiedra y los osos mandrágora? ¿Quién aconsejó al águila que anidara y pusiera sus huevos en las rocas más escarpadas? ¿Quién dijo a la golondrina que el mejor remedio para curar a sus crías era la *celidueña?. Y más aún…
Creo de gran valor estas citas, cuando venimos a analizar nuestra preocupante y en buena parte, inestable época.
Josef Carel
* tipos de hierbas medicinales
