Me iba preguntando como era posible tener una tan extrema sensibilidad con los ruidos. Un paseo por la calle debería calmarme, ser capaz de relajarme y equilibrar mi temperamento.
Bueno, era lo que iba pensando. Y de repente un sonido arrebatador me descompuso, un muchacho con su moto a toda velocidad paso por mi lado, si le hubieran alcanzado las maldiciones que le lancé, seguro que se hubiera bajado de la moto o bien hubiera eliminado aquel horrible ruido.
Y creyendo que podría pasar la noche más tranquila ahora que mis hijos estaban de excursión y mi marido de viaje, me acosté y como es costumbre abrazada a mi libro, cuando no está mi marido y tal no fue así, de repente me despierto con un tictac en el piso superior.
Me pregunto quien puede hacer este ruido a estas horas de la madrugada y además arrastra la silla, ya lo noto y el ruido continúa.
Con el “hacha de guerra” en el ánimo subo arriba y llamo a la puerta. “Menuda bronca le voy a dar a esta señora cursi, egoísta y tonta” me decía hacía mis adentros. Es algo que suele pensarse cuando se es todavía joven y en plena fuerza.
Llamo con energía y sale una señora muy viejita que sabe que hace ruido arrastrando el carrito de apoyo, se disculpa con una voz muy dulce.
.-Ya se que hago ruido, pero es que tengo que ir varias veces por la noche al baño y ya la chica que me atiende se ha ido a casa.
No le dije nada, toda mi cólera se derrumbó y desde entonces, algunas veces, muchas en realidad, voy a medianoche y la acompaño al cuarto de baño y espero afuera para poderla llevar hasta su habitación y ayudarla a acostarse.
Hay cosas que nos sorprenden, porque ruidos siempre los hay y algunos son más dramáticos que las que produce un carrito de ayuda para caminar.
Salomé Moltó
