Aquellos tristes tiempos


gitanilla, de Rodovi

Yo permanecía sentada delante de la verja del colegio, hasta que fuese la hora de entrar, mientras comía mi trozo de pan con aceite, a veces untado con algún trozo de sobrasada que mi madre había podido dejarnos cuando venía a visitarnos, pues vivíamos con los abuelos. El pan no se comía, se lamía. Cuando estaba en lo más agradable de la degustación, llegó una gitanilla de mi misma edad y de un tirón me arrebató el trozo de pan. Quise correr detrás de ella, pero no pude, corría que se las pelaba. Cuando se paró, me miró con tanta ira que me convenció, con sólo una mirada, de que aquel trozo de pan no iba a ser para mí. Fue asombroso cómo se lo comía, mejor dicho, se lo tragaba. Volví a casa desanimada y muerta de hambre. No había comido nada en todo el día. Cuando se lo conté a mi abuelo, éste me dijo que tenía que ser más precavida y que aquella semana íbamos a ganar algo de dinero.

  • Vamos a recoger boñigas.
  • ¿Y qué es eso? – le pregunté a mi abuelo.
  • Ya verás – me repuso.

Era sábado y no había colegio. Mi abuelo y yo, con un capazo, íbamos a la recogida del excremento que los caballos y los burros dejaban por la carretera y caminos adyacentes. Mi abuelo se desplazaba penosamente, estaba enfermo. Nunca antes, ni después, he sentido con tanta fuerza la pobreza y la marginación social como aquel día en que mis pequeñas manos recogían las boñigas, arrastrando el capazo detrás de mi abuelo que costosamente podía inclinarse por el intenso dolor de su próstata.

Salomé Moltó

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