Dar clases y algo más


Estaba contenta porque había empezado mis clases de dibujo con bastante éxito, por fin habíamos podido reunir una veintena de alumnos lo que me obligaba a tener que dividir las clases en un par de horas por la mañana y el mismo tiempo por la tarde, en el fondo estaba contenta porque enseñar a un conjunto de personas con diversos niveles de preparación, hacia que mi atención fuese más precisa.

Estaba segura de que aquellos chavales tan jóvenes, serían, quién sabe¡ con el tiempo los nuevos Dali, Picaso y… qué se yo¡ el arte es imprescindible en todas las culturas vengan de donde vengan.

También tuve suerte de que mi amiga Rosa me alquilara una habitación en su piso, aunque viviera en el octavo o sea en el último, lo que suponía subir y bajar aquel montón de escalones un par de veces por día, pero bueno, ya encontraría otra vivienda y que por lo menos, tuviera ascensor.

Lo más curioso era que cada vez que subía o bajaba delante de la puerta del cuarto piso habían un par de botas, siempre las mismas y me dio la impresión de que nadie las recogía. ¿y qué falta pueden tener estas botas cuando ya vamos cara al verano?

Finalmente llamé, nadie contestaba, insistí y una voz muy suave dijo algo y decidí entrar, en la habitación, justo al fondo encontré a un señor muy viejito acostado en la cama y al parecer hacía un tiempo que no se levantaba.

.- ¿Pero que hace usted en la cama?¿no hay nadie que venga a verlo y a cuidarlo?

.-No se preocupe, voy al aseo yo solo, el chico que me cuidaba ha vuelto a su país y mis hijos tienen que venir, pero no sé cuando…..

.-¿ y qué come?

.-Todavía me queda algún bote de conservas y pan duro.

Así que durante un tiempo estuve “plus employée” (plurempleada”, cuidé del viejete, le cambié las viejas botas por zapatos de verano, incluso lo llevaba, cuando el tiempo me lo permitía a dar un paseo, tomábamos un café en un restaurante y a veces incluso, cenábamos. Me contó su vida, llena de mucho trabajo, poco dinero y el dolor de la muerte de su esposa que dejo a los dos hijos muy pequeño, que además tuvo que crian él solo. Pensaba lo doloroso que es no tener familia, incluso aunque muchas veces riñas con ella.

Marché con las amigas a hacer un crucero, al volver mi vecino ya había fallecido, llamó a urgencias, lo llevaron al hospital y así sin más…se fue. Sentí un profundo dolor pues a pesar de la gran diferencia de edad, me pareció una muy buena persona.

Continué con mis clases y a la búsqueda de un apartamento, algo difícil en una gran ciudad.

La gran noticia la recibí de la Notaria, ya no tendría que buscar vivienda, el señor de las botas, me había dejado su vivienda en herencia.

Salomé Moltó

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