Las gafas de Venecia


Mi hermana Clara acababa de llegar a casa desde el hospital, donde había
dado a luz a una preciosa niña de ojos azules, como muchos de los
miembros de mi familia, excepto mi madre y yo que los tenemos marrones.

  • Ve al cajón de la cómoda a ver si está allí el análisis de tu hermana y
    tráelo, yo voy a ver si todavía duerme -me dijo mi madre que estaba en
    casa de mi hermana para cuidarla en el posparto.
    Cual no fue mi sorpresa al abrir el cajón de la cómoda y ver mis gafas de
    Venecia que habían desaparecido hace un montón de tiempo. Eran unas
    hermosas gafas negras oblicuas con figuras de ángeles tocando
    trompetas dibujando el ángulo del ojo y cerrándose hacia la sien. ¿Cómo
    habían ido a parar mis gafas allí? ¿Me las había hurtado mi hermana?
    Con un montón de conjeturas circulando por mi mente llegué hasta el
    dormitorio de mi hermana, que al verme con las gafas en la mano, hizo
    un gesto extraño.
  • ¿Cómo es que tienes mis gafas de Venecia? Yo creía que las había
    perdido. Hace un montón de tiempo desaparecieron misteriosamente, me
    volví loca buscándolas, y, ¿las tenías tú?
  • Sí, las tenía yo -repuso Clara desafiante.
  • No hables que estás muy débil, has tenido un parto muy difícil y tienes
    que reposar -interrumpió mi madre un poco inquieta, ya que el ambiente
    se iba cargando de una tensión extraña.
  • Creo me debes una explicación -le dije a mi hermana; a mi hermana
    pequeña que acababa de tener una preciosa niña de ojos azules. Esa
    hermana doce años más joven que yo, a quien tuve que atender cuando
    mi madre iba a su cotidiano trabajo y que dejaba a mi cuidado. Esa
    mozuela que hubo que empujar y motivar para que terminara sus
    estudios que se casó con un hombre mayor, todavía no sé porque y que
    ahora, me miraba con un gesto de menosprecio retándome con la mirada.
  • Sí, las tengo yo, pero no porque te las robara, me las regaló Juan, tu
    marido -repuso desafiante.
    Mi madre, perspicaz como siempre, repuso alarmada:
  • Hale, dejaros de charla, tú acuéstate y descansa que lo has pasado muy
    mal. Tú vete a tu casa y ya lo discutiréis otro día.
    Muy turbada no sabía qué pensar. Intenté irme cuando observé un gesto
    de reto de mi hermana, algo amargo yacía en sus ojos, en su gesto.
  • Estas gafas me las regaló Juan cuando estuvimos en Venecia, en nuestro
    viaje de boda. Las tenía gran cariño, por su belleza. Las venecianas se
    las colocan en Carnaval, y un día desaparecieron, así, sin más
    -repuse un tanto turbada.
  • Sí, tu tenías las gafas, al guapo médico por marido, el trabajo en el
    bufete de abogados de padre, luego dos hijos, viajes, triunfos
    profesionales, sí, lo has tenido todo y lo sigues teniendo, yo sólo pude
    optar a las gafas de Venecia, únicas por su belleza y por lo que
    representaban, vuestro amor romántico en la hermosa ciudad italiana.
  • ¿Qué tonterías dices? Tú tienes tu trabajo, tu hogar, tus dos hijos, tu
    marido. ¡No te entiendo!
  • Sí claro y si no hubiera sido por ti no tendría trabajo, ni casa, ni familia
    alguna -repuso Clara desafiante.
  • Tienes un marido que te quiere y…
  • Sí, un “hogar muy feliz” dijo con retintín. Un marido que no puede
    darme hijos, un trabajo que lo tengo por ti que has gestionado mi plaza
    en la peluquería. Sí la pequeña e insignificante Clara tiene un hogar, un
    hogar feliz ¿verdad? El tono de su voz se volvía agrio y mordaz.
    Llegado este momento sentí cómo un pánico se apoderaba de mí. Iba
    descubriendo con espanto que haber ejercido de madre, de mi hermana,
    tenía resultados nefastos.
  • ¿Cómo un marido que no puede darte hijos? Tienes dos, anteayer
    trajiste al mundo una preciosa niña.
  • Y con los ojos azules como tu marido y tus dos hijos -repuso con un
    gesto desafiante.
  • Sí, tu pequeña hermanita empezó a ganar la partida cuando tu marido
    accedió a regalarme las gafas y después a darme los hijos que Mario no
    puede. Ya ves, en algo te tenía que ganar.
    Como un robot abrí la ventana y lancé al vacío las gafas, sin decir palabra
    volví a casa sin saber qué iba ser de mi vida a partir de aquel momento.

Salomé Moltó

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