Una historia alternativa de Israel


 

O la tragedia de un anarquismo irresponsable

Las narrativas incluidas en este texto, van a sorprender a más de uno, por cuanto, a diferencia de aquellas conocidas, estas se centran en la actuación irresponsable de sus propios dirigentes, lo cual, se estima, condujo a terribles consecuencias para el pueblo judío. Se trata en primera instancia de lo acontecido con la antigua Israel, la desaparición de gran parte de ese pueblo y la dispersión de sus remanentes por siempre y seguidamente, la pérdida final de Judea.

Muchos de los conceptos aquí vertidos, se basan en el libro del periodista y comentarista israelí, Amotz Ashael, “El desfile de los necios dirigentes judíos, o como desperdiciaron nuestros ancestros el futuro del pueblo”. Se trata de una historia diferente, subversiva, contraria a lo aceptado por el “establishment” sionista, y por ello, no muy bien aceptada en Israel. Esto aun cuando el autor se basa en pensadores muy bien calificados, tales como Martin Buber, Baruj Spinoza y otros. 

Pero antes de entrar de lleno en la cuestión más álgida, creo que hay que explicar los diferentes nombres que se utilizan en la jerga actual cuando se refiere a este pueblo. Judíos o Judaísmo, es lo más conocido, el nombre proviene del Reino de Judea, que conformaron la tribu homónima, junto con la tribu de Benjamín.  

Israel, es el nombre de las diez tribus que conformaban el Reino de Israel, y que estaba ubicado en la parte norte de los territorios conquistados por Josué, quien bajo las órdenes de Moisés, entro con sus tropas al territorio entonces ocupado por los Cananeos. 

Hebreos, es el nombre genérico del pueblo que atravesó (de Avar = pasó en hebreo) el Rio Jordán luego de vagar por el desierto de Sinaí a la salida de Egipto. Antes de esto, fue Abraham, el patriarca hebreo quien “atravesó el Éufrates” en su camino desde la Mesopotamia. Es sinónimo de Israelita y Judío.  


Prologo: La historia comienza ya en el desierto de Sinaí, donde, de acuerdo a las teorías sostenidas hasta nuestros días, se amalgamó el pueblo de Israel. Bajo las leyes que el patriarca entregó al pueblo, y que según aquel procedían del ser supremo, se procedió a escribir la constitución que habría de regir los destinos del pueblo. 

No obstante, la ley mosaica se impuso de manera orgánica a todas las facciones del pueblo, pero Moisés no acertó a la unidad política del pueblo, sino que dejo librado su gobierno a los líderes de las tribus que lo conformaban. Según los investigadores aquí citados, la idea mosaica rechazaba todo tipo de gobierno centralizado. Quizá por influencia en Moisés y debido a la experiencia pasada con los monarcas egipcios, donde dominaba el absolutismo de un Rey, que llegó hasta confundirse con la mismísima divinidad. Según el profeta Samuel, el poder adjudicado a cualquier ser carne y hueso, habría de terminar en una brutal tiranía. Moisés, al fin, aceptó la elección de un Rey debilitado, y una confederación de tribus más inestable aun. El Sanedrín, el consejo supremo, estaba conformado por los representantes más destacados, pero en relación a las tribus, tenía que operar como balanza entre los deseos y ambiciones de cada facción, pero carecía de la autoridad política para imponerse. La tribu estaba por sobre todo.

Más grave aún, fue la manera en que Moisés repartió entre las tribus los territorios recién logrados. Algunos se beneficiaron con tierras fértiles, buenas para el trabajo agrícola, pero otras fueron desterradas de tales beneficios a los desiertos casi inhabitables al este del rio Jordán, como Gad y Rubén, pero también, aunque la tribu más grande, Judea, se asentó en parte, al sur en las desérticas tierras del Neguev, poseía las mejores tierras al centro del territorio. Judea era la preferida por Moisés. 

Bajo tales condiciones, los enfrentamientos y rencillas no tardaron en despertar, lo cual llevó a luchas y guerras tribales, que dejaron tendales de víctimas y destrucción para todos. Pese a la sentencia antimonárquica de Moisés, al fin se erigieron dos reinos paralelos: El Reino de Judea, con la tribu de Benjamín adherida a Judea, y Jerusalén a la cabeza. El Reino de Israel, conformado por las restantes diez tribus, con Sumeria de capital, ubicada al norte de la línea divisoria entre ambos reinos, que iba desde Jerusalén al este hasta la costa del Mediterráneo, en Ashkelón. La separación llegó a ser tan radical y absoluta, cuando los edictos del Sanedrín prohibían los matrimonios fuera del ejido tribal. Esto por temor a perder la posesión de las tierras, por parte del patriarcado. 

Detrás de tales concepciones anarquistas, estaba la supremacía del mesianismo, promovido mayormente por los profetas de Israel. Samuel rechazaba todo tipo de fuerza militar, e incluso la preparación para confrontar a los enemigos que buscaran la destrucción del pueblo y sus propiedades. En todo caso, según aquellos místicos, sería la responsabilidad divina el defender al pueblo y eliminar a sus atacantes. Ya en las narrativas sobre la salida de los hebreos de Egipto, se cuenta que fue dios quien separó las aguas para que el pueblo pudiese salvarse, y las tropas egipcias que les perseguían, murieron ahogados. 

Pero la triste realidad de la competencia entre las poderosas familias patriarcales que dominaban en el espacio terrenal, bajo la envidia y la codicia, la pasión y el deseo, llevó a los sangrientos acontecimientos que debilitaron al pueblo en su totalidad. Esto no pasó desapercibido a otros pueblos, naciones e imperios, que buscaban conquistar a Israel, tanto como a Judea. 

Cuerpo del ensayo: “Los hermanos sean unidos, esa es la ley primera… porque si entre ellos se pelean, los devoran los de ajuera”. 

Esta sencilla y directa propuesta de José Hernández, muchos siglos después, fue ignorada, al parecer, por los antiguos de Israel y por los de Judea. Las sangrientas guerras, como todo otro símbolo de separación, y la falta de visión de sus necios líderes, marcaron el trágico final de aquel pueblo. Esto, pese al común denominador de la fe mosaica, un único dios y muchas pautas culturales comunes. En Israel se hablaba la lengua aramea y en Judea el hebreo antiguo, pero eran parecidas.

En el año 722 a.C., el Rey Asirio Sargón, terminó por vencer a Israel, pero sus hermanos de Judea, se mantuvieron a un lado, pues su Rey ya había pactado con el monarca Asirio, abandonando a sus hermanos del norte a su propia suerte.  Hasta solo cuatro años antes, Judea e Israel estuvieron en guerra durante años. Un anterior rey de Israel, había enviado a sus tropas, uniéndose a otros ejércitos a luchar contra el Imperio Asirio, que entonces estaba en ascenso en las lejanas tierras de lo que hoy en día es Turquía. Los asirios tenían la sangre en el ojo con Israel, y no tardaron en encontrar la oportunidad de revancha. Pero la necedad de aquel Rey de Israel, no vio el futuro nacer. En cambio rechazó el ofrecimiento de paz de Judea, y se dispuso a la conquista de Jerusalén. 

La destrucción de Israel fue total, y gran parte de sus habitantes, los de más alto nivel, fueron llevados al destierro en las lejanas tierras de la Mesopotamia. Los asirios optaron por mezclar las poblaciones, al buen estilo soviético, para evitar así el renacer de la identidad nacional. Otros israelitas sobrevivieron, aunque quedaron en ruinas, pero, según se cree, fueron absorbidos por sus “hermanos” de Judea.  

Cientos de miles de israelitas se esfumaron en las sombras de la historia, y ni siquiera sus hermanos de Judea, pudieron hallar sus rastros. La leyenda del mítico Rio de piedras, el Sambatión, pasó a ser el límite imposible entre la verdad y la ilusión. La única verdad remanente es la locura humana, responsable de aquel desastre.

Judea quedó única y sola, y muchos de sus reyes siguieron los pasos errados de sus predecesores. Los profetas cuya misión era ser oposición crítica a los dirigentes de carne y hueso, anteponían sus concepciones mesiánicas, que prometían al pueblo la redención. 

El año 586 a.C le llegó el turno al Reino de Judea. Entonces, las huestes babilónicas de Nabucodonosor, conquistaron Jerusalén, destruyeron su templo sagrado y llevaron al destierro a cientos de miles de sus habitantes. A diferencia de los asirios, estos últimos concedieron a los judíos libertad de culto. Babel, como se le conoce entre los israelíes modernos, paso a coronarse como el más importante centro del judaísmo, por los siguientes siglos y milenios; más que la propia Jerusalén, cuyo templo, el segundo, fue enviado a reconstruir, por orden del Rey Persa, Koresh. Para ello, se permitió a unos 50 mil judíos, retornar a Judea. Paradójicamente, muchos más decidieron permanecer en la diáspora y hasta algunos de sus rabinos, prohibieron expresamente el regreso. Solo la llegada del Mesías, sería razón para volver a erigir el reino perdido. Nuevamente vemos, como las ideas místicas predominaban por sobre lo terrenal. A partir de ese momento, y por decisión propia, comienza el destierro por miles de años de aquel pueblo, que alguna vez fuera soberano. Siglos después, llegaría el momento de otras caravanas salir al destierro, por miles de años más.

Pero aquí no termina la trágica historia alternativa que narramos. El segundo templo fue reconstruido bajo el liderazgo de Esdras y Nejemias. Pero Esdras, en particular, no solo motivó la construcción material del templo, sino también pretendió reconstruir la identidad judía. Para ello, prohibió los matrimonios mixtos de hombres judíos con mujeres de otros pueblos vecinos. 

A aquellos que ya estaban casados con mujeres foráneas, se les ordenó expresamente expulsar a sus esposas. Un actuar brutal y simplemente xenófobo, lo cual le valió a los judíos el rechazo foráneo y sembró las bases del separatismo judío, un tipo de auto alienación.  

Para complicar más las cosas, y también demostrar lo engorroso que resulta relatar la historia de Judea e Israel, vamos a mencionar a una secta, que se considera a sí misma descendiente de las doce tribus de Israel, los samaritanos. Los asirios, cambiaron a los israelíes expulsados por otros pueblos que fueron traídos como reemplazo, para continuar el trabajo agrícola de aquellos. Esa nueva gente recibió alguna instrucción sobre la fe mosaica, y de allí surgieron también, los samaritanos. Su centro estaba en las colinas de Samaria y de allí su nombre. Cuando Esdras mando a reconstruir el templo, no permitió a los samaritanos participar de esto. Entonces ellos construyeron un templo propio en el monte de Grizim, en las cercanías de Nablus, hoy una ciudad palestina. 

Volviendo a los hechos históricos. Los judíos remanentes a partir de Esdras, lograron recrear su nación, e incluso se extendieron hacia el norte, a la Galilea y mas aun. Y no obstante, las concepciones anárquicas contendidas en la mística mesiánica, continuaron influyendo sobre el pueblo y la administración de sus territorios. El separatismo tribal, continuó rigiendo, aun pese a las tribus perdidas. En el judaísmo no existe ninguna institución que centralice la vida judía, sus reglas y leyes. Esto pese a aquellas que emanan de la Torá, el cual concentra las reglas de conducta de los miembros de la comunidad toda. Pese a ello, cada rabino, y sus seguidores, pueden interpretar las leyes a su manera. 

“Los judíos, como se denominaron los restos de la división Israelí, regresaron a Judea bastante rápidamente; apenas 70 años después que el Rey Zidkiahu escapara de ella. La lengua hebrea volvió a escucharse por los montes de Judea, y dentro de las callejuelas de Jerusalén. Pero la independencia, por el contrario, le  llevó a los judíos varios siglos para recuperar, y en el ínterin, además, una guerra de hermanos, que dejó cruentas consecuencias”. 

Así describe Amotz Ashael, la dura e inestable historia de Judea, luego de la caída del Templo y la dispersión de muchos de sus habitantes. Los Persas, y su Rey Koresh, se jactaban de ser los depositarios de “Todos los reinos de la tierra”, que le fueran entregados personalmente por el dios, que también… “ordenó construir su residencia en Jerusalén…”. 

Esta declaración como otros aspectos de lo mismo, dieron la impresión que los judíos reinaron en esas tierras durante casi 1300 años consecutivos. En realidad, las caravanas de judíos en fuga, o de regreso de algún destierro como los invitados por Koresh, lo hicieron en calidad de sujetos dependientes de un gobierno central, con un títere instaurado por los poderosos conquistadores. Autonomía religiosa y judicial, si, soberanía, nada. Todo lo demás, la seguridad, relaciones exteriores, recaudación de impuestos y otras, quedaron en manos de los invasores. Los dictámenes y las ordenes imperiales se emitían en la lengua internacional de entonces, el arameo. Hebreo, solo para las clases bajas de entre los judíos. Durante otros cientos de años, los judíos verían pasar ejércitos foráneos por sus campos, destruir cosechas y reclamar impuestos draconianos a su propio gusto. 

Esta situación continuó durante casi 350 años, bajo la tiranía Persa una vez, y luego griega. “Los judíos nunca tienen Rey”, predijo un historiador griego, 200 años después de Esdras. En efecto, durante 656 años, entre la destrucción de ambos templos, hubo una corta época de soberanía judía, la de los Hasmoneos. Esta dinastía, surgió como resultado de duras imposiciones y ataques de monarcas extranjeros a la religión judía. Pero les tomó a los judíos 25 años de cruentas luchas contra el Imperio Seléucida griego, hasta lograr la tan ansiada independencia y soberanía. Su apogeo duró desde el 134 a.C y hasta la llegada del Imperio Romano el año 37 a.C. 

La dinastía Hasmonea se impuso fieramente no solo entre los judíos sino que, varios de sus monarcas, lograron enormes conquistas de territorios a lo largo y a lo ancho del Oriente Medio de aquella época. Alexander Yanai, fue quizá el mayor estadista de aquella dinastía, pero además de sus conquistas, también provocó actos genocidas entre algunos pueblos que cayeron bajo sus huestes guerreras. Los Hasmoneos se enfrentaron a los líderes religiosos y espirituales, en favor de la clase alta, los saduceos, y en contra de los fariseos. Lo que venía a ser entonces el populacho, los creyentes místicos y mesiánicos. De entre ellos, iba a nacer la figura de quien dejaría más luego su impronta universal, Jesús de Nazaret. Yanai, fue un déspota sumamente sangriento y cruel, y poco honraba el poder de la ley. Cuando fue conminado a comparecer ante la Corte Suprema, se negó a permanecer de pie frente a Simón, el Juez mayor. La guerra civil que se desató entonces, llevo más de 6 años y dejo millares de asesinados por las huestes de aquel Rey. 

No es de extrañar entonces, que las masas populares buscasen la redención en figuras míticas, desarrollando un modelo mesiánico típico. Hoy en día algunas partes del pueblo judío conservan un recuerdo y narrativa de orgullo por la independencia lograda por aquellos Hasmoneos y los Macabeos que les precedieron, pero otros, observan con tristeza y mal gusto a aquello, como una época de decadencia moral. Matanzas y guerras fratricidas, que no llevaron a nada. Líderes con sus manos bañadas en la sangre de su propio pueblo. No es de extrañar tampoco, que los fariseos, el vulgo en realidad, prefirió la fe religiosa que la prominencia del Estado y la política realista. Cuando no hay más esperanzas, la persona se refugia en las imágenes celestiales. 

Los Hasmoneos habían logrado algún tipo de “modus vivendi” con el Imperio que entonces comenzaba a mostrar sus amenazantes pezuñas, Roma. Pero la ceguera de los líderes judíos, y en este caso, la última Reina hasmonea, Shlom Tzión, la viuda de Yanai, no vieron llegar las amenazas, y por supuesto, como fue el caso de anteriores gobernantes judíos, no se prepararon para enfrentar el peligro. 

Por el contrario, las antiguas rencillas tribales, volvieron a surgir en el escenario de la vida del pueblo, y así se desataron nuevas guerras civiles. Dos de los hijos de la reina, estaban enfrentados en sangrientas luchas, cuando en Roma ya se afilaban las espadas y se armaban los acorazados para iniciar nuevas conquistas. Judea era una de las metas romanas. Es también extraño, pero significativo, los nombres griegos de los hermanos enfrentados: Yojanan Orcano, y el otro Yehuda Aristóbulo. 

Cuando los ejércitos de Roma, entraron en Damasco, los hermanos estaban en plena gresca, y cuando aquellos llegaron a las puertas de Judea, no había ninguna fuerza que los pudiese contener. Cuando los romanos rodearon el fortín de Aristóbulo, este apenas atinó a firmar la rendición incondicional de todas las posesiones, que momentos antes había conquistado de su hermano.  

Pompeo, el general romano, se dispuso a sitiar a Jerusalén, pero en el interior de las murallas acorazadas, los representantes de las dos facciones hasmoneas seguían su guerra sangrienta. Al militar romano solo le quedó rodear la ciudad y sentarse tranquilamente a esperar que ambas partes judías, terminaran por despedazarse los unos a los otros. Escenas similares, se repetirían no mucho tiempo después.  

Dentro de la ciudad, mientras un hermano se preparaba para la rendición, Aristóbulo y sus seguidores se atrincheraron en el Templo y se prepararon a resistir. Y como una gran fínale de miseria política, el otro hermano abrió de par en par las puertas de la ciudad ante las tropas de ataque romanas. Durante tres meses, los romanos sitiaron el Templo, en el corazón de la dividida Jerusalén, pero al fin penetraron en aquel, asesinando a todo ser vivo y destruyéndolo todo. La conquista de Jerusalén y toda Judea fue completada. Pero, como relata el historiador judeo-romano, Iosef Ben Matitiahu (Josef Flavius para los romanos), la guerra de los judíos contra Roma, continuo, varias decenas de años después, por periodos, durante casi cuatro años, con pérdidas de cientos de miles de almas judías, y el destierro a la esclavitud en Roma de unos 100 mil judíos. 

La discordia entre los hermanos, tiene un tinte Salomónico, por cuanto la madre de aquellos, ShlomTzion, es como si hubiese afirmado lo más aberrante… “Ni para ti ni para mi”. La grotesca no tiene limites, y tan breve, insignificante, desde el punto de vista histórico, fue la independencia lograda por los Hasmoneos, que quien dio por terminada aquella farsa, era apenas el bisnieto de su fundador, Shimón el Hasmoneo.  

Aun previo a la conquista romana de Jerusalén y Judea, los dos hermanos corrieron a Damasco, la capital de la provincia romana, a alcahuetear uno contra el otro frente a Pompeo. Como dos chiquilines de barrio, que se posan frente al poderoso para requerir su protección. No las tremendas dificultades del pueblo, no el sufrimiento de los ciudadanos de Jerusalén importaba a los dos memos, solo sus propios intereses políticos. Esos necios, eran los dirigentes judíos, que debían prepararse para enfrentar a la potencia más grande del mundo y no reñir, como niños en un jardín de infantes.      

Pero una expedición más llegó ante Pompeo desde Judea, eran estos, según Matitiahu, aquella parte del pueblo opuesta a ambos príncipes hasmoneos. Estos representantes del pueblo, venían a consultar al gran militar, sobre una idea, un nuevo tipo de gobierno, para el pueblo judío. Como Josef lo describe:

“Siendo las personas todas, diferentes unas de otras, en sus costumbres y reglas de conducta… algunos dieron el gobierno a una monarquía, otros a una oligarquía, y aquellos a la masa del pueblo. Pero nuestros legisladores no prestaron atención a ninguno de aquellos tipos de gobierno, y solo nos ordenaron… “un gobierno de Dios”, una Teocracia”. 

Es decir, frente a aquella situación amenazante, cuando el invasor ya está a las puertas de la ciudad, no había quien indicara el camino a seguir. Toda acción entonces fue casual. La dirigencia de los fariseos, según Ashael… “no comprendió la importancia del poder militar, y ante todo la unidad del pueblo, para preparar el duro enfrentamiento que les esperaba”. 

Parafraseando al destino de Checoslovaquia ante la amenaza nazi, no obstante, un ejercito fuerte, preparado y entrenado, no existía en el pueblo el espíritu suficiente para emprender una resistencia efectiva. De esa misma manera, la Judea de los reyes hasmoneos, con dirigentes cegados por la ilusión del poder. Pese a todo, aun existía la posibilidad de algún tipo de coexistencia con la poderosa Roma, aun sin rendir total pleitesía. Pero la dirigencia judía, no llegaba a ningún acuerdo honroso entre ellos mismos, lo cual dejó abiertas las puertas para todo tipo de rebelión, por parte de una u otras facciones independientes.     

   

“Pese a todo, insiste Ashael, ante Judea existía una alternativa de coexistencia con Roma. Julio Cesar, el emperador todo poderoso, estaba agradecido por la ayuda militar de los judíos en Egipto, contra el enemigo persa. Cesar les permitió reconstruir las murallas de Jerusalén y habilitar el puerto de Jaffa. Mas aun, él y el senado declararon a Judea como aliado de Roma. También muchos otros beneficios para la población general. Yojanan Orcanos, apoyaba con entusiasmo las cercanas relaciones con Roma, pero los seguidores de su desaparecido hermano, hacían todo lo posible por malograr aquello”.

La oportunidad les llegó con el asesinato de Julio Cesar. Entonces, el poco carismático Orcanos, perdió la iniciativa a los seguidores de su hermano, y estos buscaron asociarse a los enemigos de Roma, el imperio Parto. Estos creyeron que era la oportunidad de atacar al Imperio romano en Judea, con el apoyo de Antigonas Matitiahu, el sobrino del hermano asesinado por los romanos. Este fue coronado en Judea por los vencedores Pratos, pero por muy poco tiempo. Tres años después, retornaron los romanos como vencedores, destronaron a Matitihau, y lo decapitaron. 

Pero el más grave episodio de la terrible situación del remanente pueblo de Judea, ocurrió a partir del año 37 a.C., entonces Roma instauró en Jerusalén a un vasallo de sus huestes, un tal Herodes, considerado una hibridación entre Calígula, Stalin y Eduardo VIII. Un paranoico, sediento de sangre hasta ordenar asesinar a su mujer más amada, Miriam, descendiente de los hasmoneos, de entre sus diez esposas, a sus dos hijos comunes y al de otra esposa. “Purificó” también a toda la clase intelectual y destruyó toda oposición. Herodes reinó hasta el año 1 a.C. y durante ese periodo mando construir obras colosales. 

Describe nuestro autor: “Los investigadores informan de la locura de Herodes, como ser sus gritos y chillidos durante la noche por las nostalgias de su esposa Miriam, que él mismo mandó asesinar, ordenando a sus esclavos devolverla a la vida. Aquellos llegaron a la conclusión que sufría de una paranoia, agregada a una conducta narcisista, llevándolo a la grandiosidad de sus actos y también una ciclotimia, con rápidos cambios de estados de ánimo. Dicha diagnosis explica el sadismo de su conducta y la absoluta falta de empatía con sus semejantes”. 

Paradójicamente, Herodes logro un estado de convivencia armónica con Roma, por lo cual Judea se benefició con un periodo de 33 años de paz y bienestar para sus ciudadanos. Las relaciones entre Judea y Roma florecieron como nunca antes, y el Rey era un invitado muy bienvenido en las cortes romanas y en el senado. Su megalomanía dejo una vasta serie de palacios, puertos y ciudades, como Cesárea, por ejemplo, incluyendo un magnifico puerto que ayudo a acrecentar el comercio exterior de Judea, hasta casi una potencia marítima. Era un espacio metropolitano, pleno de vida y muy cosmopolita. Paradójicamente, el archi asesino, Herodes, trajo al pueblo de Judea una época de plena armonía, también desde el punto de vista social y económico. Según algunos investigadores, este monarca, logró una separación de facto entre religión y estado.   

Pese a todo ello, la elite religiosa judía, no se dejó impresionar por toda aquella actividad. La política herodiana tuvo que pagar un alto precio, desde el punto de vista de la fe judía; a lo largo y a lo ancho del territorio nacional, surgieron infinidad de templos paganos, hipódromos y teatros al aire libre, en los cuales míseros prisioneros tenían que luchar por sus vidas, contra fieras y leones. Esto divertía a los habitantes foráneos, pero los judíos sufrían horrores. “Un enorme pecado era eso de poner a seres humanos a ser despedazados por las fieras, para el goce de otras personas”, explicaba Iosef Ben Matitiahu. En general el ambiente en Cesárea, como en otras ciudades, era griego y romano, mucho más que judío. 

Por otra parte, explica Ashael, la clase alta, los saduceos, criticaban a los Fariseos, que durante el periodo Hasmoneo, ellos no tomaron ninguna acción, cuando estos abrieron las puertas de Jerusalén ante los romanos. La cuestión estaba muy reñida, y cuando le llegó el momento a Herodes de dejar este mundo, la directiva espiritual del pueblo se topó con una situación muy difícil. Continuar la sociedad con Roma, o confrontarla. 

La elección recayó en la segunda opción, lo cual demostró que nada se había olvidado, pero también que nada se había aprendido, de los errores de la dirigencia antepasada. 

Y no obstante, como para indicar la tremenda división dentro del pueblo judío, una expedición de 50 honorables judíos a Roma, se presentó ante el emperador Augusto, con una clara recomendación: No queremos un nuevo monarca judío, sino uno de Roma. Pero, al fin y al cabo, la predisposición de aquellos dirigentes judíos, a renunciar a la propia soberanía, aunque más no fuera parcial, seria en un tiempo no muy lejano el motivo de ser la trágica víctima de sus propias y erróneas decisiones. Aquí vuelve una vez más, la concepción anarquista, mística y mesiánica, de rechazo de sus propios líderes carne y hueso.    

Entonces comenzó una nueva odisea para el pueblo judío, que duraría muchos decenios bajo las botas de los romanos. Salvo un corto periodo de tres años, cuando reinó Agripas I, un Rey judío que comprendía las vicisitudes de su pueblo, pero que también era aceptado por Roma. Luego comenzaron a gobernar una serie de procuradores romanos, cada uno más cruel y sanguinario que el otro. El que se destacó por su fiereza, corrupción y persecución de los judíos fue Poncio Pilato, quien azuzaba a los colonos greco-romanos contra los judíos. La efervescencia de rebelión iba creciendo día tras día, pero lo que más influyó sobre la decisión de tomar armas en mano, fue la acción de Calígula, al ordenar emplazar una estatua de oro de sí mismo en el epicentro mismo de la fe judía, el Templo de Jerusalén. 

El año 66 dio comienzo la Gran Revuelta Judía contra los romanos, como lo describe Iosef Ben Matitiahu en su monumental libro: “La historia de las guerras de los judíos contra los romanos”. Esta es la fuente más detallada sobre tales acontecimientos, aunque corroborada por los historiadores militares de Roma.  

La lucha fue sumamente cruenta, y duro prácticamente hasta el año 74 de la era, con la caída de Masada. Matitiahu mismo encabezó la revuelta en la Galilea, pero luego de 47 días de asedio romano, cuando miles de los combatientes cayeron, la cúpula militar judía cometió suicidio colectivo, quedando solo con vida Iosef mismo. Según este, alguien tenía que relatar los hechos, y siendo prisionero de Augusto, salvo su vida porque le vaticinó que aquel seria el próximo emperador romano. 

Lo más trágico y relevante de esa guerra ocurrió el año 70, cuando los romanos lograron conquistar Jerusalén y destruirla hasta sus fundamentos. La lucha fue muy desigual, pues los judíos no contaban con ningún armamento pesado. Además, según Matitiahu, dentro de las murallas, los facciones judías combatían entre sí, matándose unos a otros y hasta destruyendo los pocos víveres que cada parte guardaba. La historia se repite. Tito, el general romano, simplemente se sentó a esperar que los judíos hicieran gran parte de su trabajo, como ya había ocurrido con los hermanos Hasmoneos años antes. 

El trasfondo de dicha tragedia, nuevamente, debe buscarse en el carácter mesiánico fatalista de los judíos, y la falta concreta de organización militar para enfrentar a la potencia mundial de aquella época, Roma.

El caso del fortín de Masada, frente al Mar muerto, en la cima de una montaña desnuda, explica mejor que nada la inutilidad absurda de la lucha judía, de esa manera.  Sitiados por todos lados, sin ninguna estrategia militar concreta, y solo esperando la “mano” del todopoderoso, sus luchadores y casi toda la población civil termina en un acto de suicidio colectivo. Algunos consideran aun en nuestros días aquello, como un acto de heroísmo, pero también queda la pregunta en el aire… ¿Para qué? 

El trágico y brutal resultado para los judíos, fue la muerte de cientos de miles de combatientes y civiles, y muchos otros miles conducidos a la esclavitud en Roma. Aun hubo un segundo levantamiento contra los romanos, por parte de Bar Kojva, los años 132-135, pero sin ningún resultado para Judea, y solo agregó más muertes, destrucción y esclavitud. 

Así comienza una de las más tremendas épocas para el remanente de aquel pueblo judío, que habría de extenderse por otros miles de años, Además, esto cambiaría la óptica de los judíos de sí mismos y de los gentiles no judíos en todo el mundo. 

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Epilogo: Con la pérdida de su territorio nacional, pero continuando la concepción mesiánica de la redención, los judíos se hundieron en la religión como única expresión de sí  mismos. Esto, siguiendo el dogma establecido por los cristianos, que declaraban al judaísmo una religión, a fin de justificar su idea de ser el nuevo credo, que habría de reemplazar a aquella. Más aun, cuando Roma adoptara al cristianismo como su única creencia, no dejaba a los judíos otra opción. 

Sea por razones de supervivencia en un mundo hostil, o por conveniencia, los judíos acataron el designio cristiano. Entonces comenzó la tremenda y gran dispersión judía por los cuatro vientos del planeta. En verdad, fue un continuo del destierro de Babel.

Se relegó al olvido las nostalgias y los sentimientos nacionales, y la preparación de la lucha para el retorno a las tierras de los ancestros.  Solo quedó aquello de seguir rindiendo pleitesía al mesianismo utópico. Jerusalén dejo de ser un centro nacional, y pasó a ser un simple lugar de peregrinación. “El año próximo en Jerusalén”, reza aun hoy  todo judío creyente, pero esa ilusión quedaba, año tras año, como un deseo imaginario. Mientras, los judíos se iban esparciendo más entre los gentiles, agachando la cabeza ante la humillación, las persecuciones asesinas y el desprecio absoluto. 

Hoy en día, más de 2000 años después, con el renacimiento de la nación judía en parte de sus territorios ancestrales, se vuelve a revivir aquel faccionalismo y separatismo de antaño, que tanto mal produjo en la historia de Israel y Judea.

No obstante, el 20% de la población del Estado de Israel son parte de una nacionalidad diferente, los árabes, con la cual existe un conflicto político. Pero otra parte substancial de la ciudadanía judía, está conformada por varias sectas de características religiosas místicas y mesiánicas. Son grupos fundamentalistas, que mantienen una cultura retrograda, primitiva, más bien de la edad media que de nuestra época moderna. Estos, no se integran a la nación moderna, no están insertos en su economía ni en su sociedad, son productos extraños y parasitarios. Otra secta religiosa, que se auto titula sionista nacional, aunque sí aporta al esfuerzo del estado moderno, ha colocado en sus estratos más altos la conquista y dominio de los territorios ancestrales, pero sin importar si en su camino aplastan a otros pueblos y sus derechos nacionales. 

Una vez más, parece ser que “no rememoramos los hechos históricos acontecidos ni hemos aprendido nada de ellos”. 

Josef Carel

4 comentarios sobre “Una historia alternativa de Israel

  1. He leído con suma atención e interés, la excelente descripción de la trayectoria, a través del tiempo, de nuestro milenario pueblo.
    Mis sinceras felicitaciones por este excelso trabajo, digno de destacar.
    Un abrazón
    Shalom

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