Muchas miradas en el mundo están puestas en este diminuto país, por las acciones del gobierno derechista, con las claras intenciones de destruir su sistema democrático. Pero también la reacción de cientos de miles de ciudadanos que se volcaron a las calles a protestar y demostrar su total oposición.
Pero lo que aparenta una simple intención de conquistar el poder absoluto, degradando al sistema judicial, representa para los manifestantes la simple, lisa y llanamente, destrucción de la nación israelí. Todos tienen claro, que este gobierno, está poseído por el fantasma de la ultraderecha, una rama del fascismo clerical, fundamentalista, misógina, violenta y xenófoba.
A diferencia de varios otros países que se tornaron en dictaduras, pero desde el propio sistema democrático, aprovechando sus debilidades, en Israel sucede un proceso ancestral. El miedo y la desesperación cunde en una gran parte de la sociedad, porque de pronto se hace evidente que la historia vuelve sobre sí misma. Dos veces en la historia milenaria de este pueblo, la nación fue destruida y sus habitantes arrojados al destierro. En el año 568 A.C. Jerusalén fue arrasada por los ejércitos de Babilonia y gran parte de su población desterrada. 636 años más tarde, los ejércitos del Imperio Romano destruyeron el Segundo Templo. Cien años luego, una nueva rebelión fue vencida, dando por finalizada la última soberanía de la nación judía.
Paradójicamente, cada una de aquellas épocas de gloria para la nación hebrea, terminaron de manera trágica durante el octavo decenio de su existencia. Hoy, una vez más, estamos al borde de un desastre similar, al cumplirse los 75 años del levantamiento del Estado de Israel. Es imposible no hacer comparaciones y como consecuencia remover las cenizas del pasado en busca de explicaciones.
No obstante, los comentaristas denominan las causas de aquellos desastres, “odios gratuitos”, es decir, conflictos internos sin mayores motivos aparentes. Pero una revisión más dedicada, descubre una fibra patológica, que recorre la historia del pueblo de Israel, desde sus propios inicios. Esta “dolencia”, tiene dos aspectos contradictorios. El primero es la profunda creencia en el misticismo mesiánico, el absolutismo de la divinidad. Lo segundo es la tendencia a la vida en el exilio, bajo la tutela de otros pueblos.
Abraham, el así denominado “padre del pueblo de Israel”, no obstante se asienta en las tierras de Israel, como le indica el supremo, pero también crea lazos con Egipto. Este sería el primer gran exilio de ese pueblo en formación, y su vida se sucede en torno a la cuenca del río Nilo durante más de 400 años, por lo que es de suponer, que es allí donde la gran tribu desarrolla sus principales características. Entre la Tierra de Israel y el exilio.
El principal y gran profeta de los hijos de Israel, Moisés, es quien asume el poder de la ley, dictado por la palabra divina. El pueblo que huye de la “esclavitud” en Egipto, reclama una amalgama nacional, pero Moisés, el príncipe de Egipto, se opone a todo liderazgo humano. Quedan entonces 12 tribus separadas, que no obstante actúa en conjunto para conquistar Canaán, rápidamente comienzan sangrientos conflictos, que se extienden sin fin, separados temporalmente en dos reinados, Israel y Judea. No había ninguna posibilidad de convivencia en ese pueblo. Estas pautas siguen vigentes hasta nuestros días, lo cual es el motivo de tanta preocupación.
A la fuerza, y por reclamo de la población, se logra una especie de unificación bajo el Rey Saúl, que es ungido por Samuel, el profeta, que pese a ello alega… “El único y verdadero reinado es del todopoderoso, el protector absoluto del pueblo”. Desde los cielos, se proclama la superioridad de este pueblo, bajo los lemas… “El pueblo Elegido” y “Luz de las naciones”. Los profetas no les dan gran oportunidad a los monarcas de carne y hueso, alegando que todo poder en manos humanas se ha de trocar en corrupción. Como sabemos, esto último no deja de ser cierto, pero aquellos no proponían ningún sistema de control del poder. Esto pertenece solo a la divinidad que reina desde los cielos. Ni siquiera hacía falta de poder militar para defenderse de los ajenos, pues… “dios siempre protegerá a su pueblo”.
Durante los miles de años pasados, muchos invasores y conquistadores pisotearon las tierras de Israel y Judea, pero el más grave, cruel y fatal fue, sin lugar a dudas, el Imperio Romano. Pero la mayor tragedia, fue la imposibilidad de concretar una reacción efectiva de defensa, debido a las grandes divisiones internas del pueblo. Así salieron a relucir, una y otra vez, los grupos mesiánicos, que, por una parte, provocan a los invasores, y por otra niegan cualquier forma de convivencia con aquel destino, en pos de la vida misma. Cuando al final de la rebelión de Bar Kojva, al año 135 D.C. yacen cientos de miles de víctimas de la feroz respuesta de los ejércitos de Roma, y miles de aldeas totalmente destruidas, el destierro es la única salida posible. Lo peor de todo, es la manera en que la nación es mancillada, perdiendo todo vestigio de respeto hacia ella. Entonces los judíos adoptan el culto a la religión, reemplazando así todo símbolo de nacionalidad. Todo se convierte en sagrado e intocable para ellos mismos. El exilio se convierte en un desbande por todos los rincones de la tierra, debilitando al pueblo, que así cae bajo las garras de odios y persecuciones. Durante casi 2000 años, los judíos sobrevivientes son vejados, asesinados y acorralados por las huestes sucesoras del Imperio romano.
Cuando, en mayo de 1948, surge el nuevo estado nacional, Israel, es a través de un largo y doloroso proceso, confrontándose nuevamente con el mayor enemigo de siempre, el mesianismo hebreo. Los líderes del movimiento sionista, buscan desesperadamente la “unión” del pueblo y, como parte de ese mismo proceso, promueven coaliciones políticas con los grupos ortodoxos y los nacionalistas religiosos. Pero lo que comienza como marginal, secundario, se convierte con el tiempo en poder político, que no permite coalición política alguna, sin ellos. El crecimiento demográfico tan superior, y la supervivencia de los principios ideológicos, el mesianismo, les permite la conquista casi permanente del poder político. Cabe explicar, que, en particular, el sector ortodoxo actúa frente a la nación hebrea, como un ente parasitario, pues, según sus principios, la vida de ellos debe ser dedicada al estudio de las leyes de la Torá. Por ello, no participan de la vida productiva de la sociedad, viven de dádivas, y por sobre todo de las prestaciones del gobierno. El poder político les ha abierto las puertas a las arcas de la nación. Por sus principios, tampoco sirven en las fuerzas armadas del país, ellos deben servir solo al supremo por medio del rezo en todo momento del día. Para colmo sus familias son numerosas, pues responden literalmente al dicho bíblico… creced y multiplicaos. Los ortodoxos suman más de 1,4 millones de ciudadanos, casi el 16 % de la sociedad. La carga que esto representa sobre el resto de la sociedad no religiosa es tremenda. Los no religiosos, seculares, son quienes aportan a la economía de la nación. Ellos trabajan y producen y son quienes pagan los impuestos, de los cuales el gobierno aporta a aquellos parásitos. La otra facción, la del sionismo religioso, asume una posición militante extrema, en especial en cuanto a lo que ellos consideran la “liberación” de las tierras ancestrales de la nación. Ellos alegan, con absoluta seriedad, que ese es el camino para lograr la venida del Mesías y entonces, la redención del pueblo judío. No les molesta en absoluto que en esos territorios viven millones de árabes palestinos.
Al fin, así, la democracia liberal y pluralista, termina vencida cayendo a los pies del fascismo clerical.
Hoy, nosotros, los no religiosos, hemos abierto los ojos y descubrimos con pavor que la historia está al borde de repetirse. La magnífica creación del estado nacional judío, un país moderno y modelo de progreso para todo el mundo, amenaza con desaparecer. No es solo las amenazas externas, sino al margen de ellas, está la otra parte del pueblo, que con sus propias manos pretende destruir todo aquello. Esto ocurre, cuando a las fuerzas del fascismo común se le une el poder del fascismo clerical.
Desde hace 30 semanas consecutivas, cientos de miles de consternados ciudadanos, no cejamos en nuestros esfuerzos por lograr el retorno a la cordura. Es por nuestros hijos y nietos, lograr un futuro cierto lejos de la alienación mística.
Josef Carel

Excelente tu artículo, Josef.
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Gracias, espero que sea posible de entender, porque la realidad es muy compleja
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¡¡BRAVO!!
Un descripción histórica acoplada a una triste realidad que nos toca vivir.
La pregunta latente: ¿estamos frente a una guerra civil?
Un abrazo, José
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Hola Beto, no sé qué nos depara el futuro, pero no será sencillo revertir las cosas y subsanar los errores del pasado. Pero eso sí, hemos abierto los ojos y miramos al futuro con mucha certeza. Nada será ya como fue.
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