Una cierta visión


Estaba parado en medio de un espacio enorme, una especie de depósito, criadero de aves en su tiempo, piso de cemento liso con manchas oscuras, otras brillantes reflejaban los rayos del sol. Estaba rodeado por un muro de piedra no muy alto, y por encima de este, redes metálicas que dejaban pasar sombras y destellos de fuego del sol. El techo metálico, a dos aguas, irradiaba calor que se esparcía por todo el espacio, parecía que con los rayos del sol todo se quemaba, en especial las figuras humanas esparcidas a lo largo de los muros, echadas sobre el cemento.

Era una visión fantasmagórica, las figuras se movían con mucha lentitud, parecían como suspendidas en el aire viciado, cubiertas de una neblina de polvo que a los rayos de la luz eran como pequeñas partículas flotantes. Escuchaba el silencio, aun cuando las voces se esparcían por el espacio interno, eran ininteligibles. A veces algunas silabas se repetían de manera constante, como si fueran ordenes emitidas por alguna garganta presente. Pero no parecía entender de qué se trataba, ni uno ni otro.

Al fin encontró un espacio a lo largo de la pared y allí se recostó haciendo con su bolsa una especie de comodín o almohada. Dispuso a su derredor el equipo que llevaba, el fusil lo cubrió con el volado de su cobertor. Era difícil acomodar la espalda en ese duro cemento, por lo que probó diferentes posiciones. Cada rato movía un poco su esqueleto como queriendo ablandar aquel duro cemento y la pared de piedra. Se durmió o le pareció que así era, y pensó, cuanto tiempo más podrá permanecer en esa situación. Nada era claro, tampoco sabía siquiera, qué estaba haciendo en aquel lugar, y quienes eran esas otras personas que pululaban en aquel espacio.

Luego el tiempo dejó de existir, y daba lo mismo una hora, un día o toda la vida. Nadie le había explicado para que estaba allí, ni quienes eran todas las otras personas. Parecía dado por entendido que había una guerra en puerta, que estaba allí como parte de aquello. Algún momento le pareció reconocer un oficial de alto rango, que desde un terraplén observaba a la distancia con un largavista. Desde su perspectiva, aquel era un hombre enorme, muy alto y ancho. Parecía una torre erigida en medio de la trinchera. A su derredor bullían en total caos una cantidad de figuras disfrazadas con uniformes color de oliva. Era imposible de entender qué pasaba, adonde iba cada uno, o si regresaba de alguna misión. Él observaba impasible todo aquel trajinar, sin saber cuál era su lugar o si, en general, tenía alguno.

En las madrugadas, alguien le despertaba y entonces se unía a la fila de personas que se arrastraban hasta las trincheras. Se recostaban en la dura piedra, pero continuaban el sueño interrumpido. El fusil debía permanecer a su lado, aun cuando no tenía la menor noción si estaba cargado de balas. Una de esas madrugadas, descubrió la falta del arma. Se alarmó y al regresar a su guarida, lo busco intensamente, por ninguna parte aparecía su fusil. Revisó sitios vecinos, entre los bolsos y mochilas de otros, a lo largo de la pared de piedra, nada. Ya suponía un juzgado militar que le condenaba a prisión por la perdida del arma. Salió al patio de piedra, recorrió las trincheras, levanto piedras y basuras, no había nada.

Había perdido la noción del tiempo y el espacio, y su lugar dentro de aquello, que ahora le parecía poblado de fantasmas. Pasaron las horas, también los días, su brazo externo le faltaba, aunque nunca supo para qué le hubiese servido. Ya en otra oportunidad, otra lucha pueril, había sostenido un instrumento similar. Aprendió a cuidar de aquel, limpiarlo, luego engrasarlo y hasta disparar en algún ejercicio militar. Nunca hubo de apuntar a alguna persona, algún enemigo supuesto, menos disparar. En realidad, le parecía un juguete más, aunque muy incómodo, pues era enorme y pesaba. Ahora, sin aquel, estaba más cómodo y se sentía más ágil, pero le habían recalcado cuanta importancia tenía esa arma. Si estallaba alguna guerra, él debía estar allí para defender la patria.

En medio de aquel enorme galpón de cemento y piedra, con techo metálico a dos aguas, y paredes de red, estaba parado a la expectativa del primer cañón. Había escuchado decir a algún otro, estamos a la espera en cualquier momento. Pero él estaba desarmado, no tenía con que disparar, aunque tampoco sabía contra quién ni donde.

Inesperadamente, de la nada tal vez, surgió una persona que hablaba su idioma, y que había percibido al fantasma. Le tomó de la mano, como a un niño perdido, y le llevó a un búnker. Le hizo recostar en un catre de campaña y le inyectó un poderoso calmante. No tardó en quedar profundamente dormido, con sus sueños y pesadillas sobre su cabeza. Muchas horas después despertó. El médico le dijo que vaya a buscar su arma. Efectivamente, lo encontró exactamente en el lugar donde lo había dejado, cubierto con su frazada.

Ahora, así se supone, ya era consciente de sus actos, pero la pregunta sigue vigente. ¿Cuál es la verdadera visión?.

 Josef Carel

2 comentarios sobre “ Una cierta visión

  1. El relato logró atraparme desde un principio. Me dejé llevar por las letras, las palabras se transformaron en manos que me guiaban, incitando a no abandonar la lectura.
    Cuantas ideas, infinidad de imagenes superpuestas, verdaderamente, un caos general.

    ¡MIS FELICITACIONES!
    Shalom amigazo

    Me gusta

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.