La endeblez humana
La carne es sumamente frágil, una diminuta bala o bolín la penetra fatalmente. Atraviesa el cuerpo desde cualquier parte de su piel, incluso cuando debajo de ella hay un hueso duro. Lo perfora y penetra las cavernas moradas de su interior, rompe y corta grandes y pequeños canales portadores de savia de la vida. Todo ocurre en instantes, a veces sin aviso alguno, la carne cede al pequeño invasor. Puede ser el filo de una cuchilla, que vence cualquier epidermis. El filo de una espada, el extremo de cualquier flecha, sea de piedra o de acero. Entonces las fibras de la frágil piel se rompen de inmediato, la hoja ahonda en el cuerpo, los líquidos se desparraman por todos lados. El fin sobreviene indefectiblemente.
A veces una onda explosiva, que se expande y presiona como un endeble papel la piel, los órganos y nada lo puede detener, la quiebra es absoluta y concurrente, puede suceder sin control alguno. El cuerpo se contorsiona, las formas de los órganos se pierden y nada ya volverá a ser como antes. Arranca con partes del cuerpo, que se doblan en giros borrando sus formas de origen, deteniendo la marcha de rutina. Al tiro nomas, es todo una masa informe, sin que quede ni rastro de su entereza habitual, todo sucede en un santiamén.
Puede ser también un hecho de la naturaleza, algún movimiento telúrico, una espectacular corriente de lava ardiente que barre con todo en instantes, antes que nadie pueda sospechar. El deleznable cuerpo humano no puede atinar a reaccionar, está absolutamente indefenso, es vulnerable a los instintos de la naturaleza agreste, sabia e incólume frente al impotente y diminuto humano. Como aquel Vesubio en Pompeya el año 79, la lava ardiendo a 400 grados, irrumpió a una velocidad de 150 Km/h. Los cuerpos se calcinaron casi de inmediato, la noche los tomó por sorpresa. Eran humanos que pertenecían al Imperio más poderoso de su época. La piel y los órganos, las uñas de los dedos, ojos y huesos, cabellos y hasta las telas de sus ropas de dormir, todo se confundió sin forma. Sin ningún indicio previo de la flaqueza humana. Absolutamente perdido en la ignominia de la inconsistencia.
Puede más quizá, un ínfimo microorganismo, invisible a ojos descubiertos, o mas ignoto aun, un virus, organismo aparentemente sencillo, pero capaz de reproducirse en cualquier entorno de carne viva. Entonces, en un momento irrumpen en la vida, perforando la existencia por medio de sufridas enfermedades, que pese al avance de la ciencia, la carne se rinde ante ellas incondicionalmente.
El otrora poderoso, entonces, está postrado sumiso en su lecho, sus ojos ya no perforan a otros, ni son capaces de emitir orden alguna. Ya nadie se rinde a sus pies, el vacío de la carne maldita, dolorida y maloliente, las facciones retorcidas en muecas inofensivas, son el mayor testigo de tanta insignificancia.
Suceden hechos que demuestran el infinito poder de la naturaleza, los espacios siderales que se expanden y dejan abatido al humano, creyendo que sabe leer en la lejanía. A ello se suman los propios hechos del humano, cuando asume su arrogante fe en su ciencia. Crea artefactos y artimañas artificiales, que suponen bienestar infinito, pero en un momento inesperado, irracional para el de carne y huesos, todo se desmorona, como un castillo de naipes. Entonces se revela su verdadero temple, su insignificancia frente a lo realmente genuino.
Además, están las obras propias de su violencia innata, que es intrínseca a su propio ser. La idolatría de su propio ego, la confusión banal con lo que supone es propio, cuando no está tendido en algún lecho de muerte. Muchas veces cuando ya está en situación de reflexionar, es tarde, su suerte esta echada, su piel resultó sumamente débil. Pero en otros momentos, cuando esta seducido por su sensación de poder supremo, entonces se origina su señorío, la codicia de poder dominar la naturaleza y apoderarse de ella para su beneficio. Irrumpe como un elefante, que me disculpe este noble animal, en una sala repleta de frágiles porcelanas, destruyendo todo a su paso.
Pretendiendo ver en ese desastre, el súmmum de su creatividad, los hay que admiten ser poseedores de la única y total verdad, aspirando a imponer sus pautas en todo lugar donde llegan sus garras, las ideológicas o religiosas. Se precian de representar poderes excelsos que según ellos son superiores a todo. Son intenciones sublimes, bañadas en fuentes de magnificencia, con la finalidad de abrumar al humano. Todos saben de su atroz debilidad por obedecer, por someterse a lo aparentemente superior. Es entonces cuando afloran los complejos de inferioridad del ser atormentado por las dificultades que no logra superar ni comprender. Siendo así, esta muerto antes de ser tocado. Ha sucumbido al poder de la ignorancia. Al instante se demuestra que no es perecedero, su carne floja y débil, su existencia inconsistente. Es la falacia de la vida misma.
Ese hombre ansia empoderarse por las masas que forma, las huestes de guerreros o luchadores que salen al campo de Marte para enfrentarse a la muerte, en grupo, en masa. Así anhela superar las circunstancias cuando los combatientes caen uno tras otro, pero algunos como el ave Fénix, surgen de nuevo con espada en mano. Procuran así también resurgir, pero el cubo esta dado ya, el destino lo persigue hasta el final.
El arma de la palabra
Entonces el humano creo la palabra, juntó letra con letra, compuso mil y una versiones de una misma raíz. Y tal fue su ignominia, que se propuso fomentar el poder perdido de la carne. En la palabra inundó toda su fatal esperanza, desparramando a los cuatro vientos lo que supuso era una única verdad. La hizo pública en exaltados discursos, y cuando pudo la inscribió en fantásticas pancartas. Más aún, convirtió el vocablo en sagrado, lo grabó en piedra de fuego, y todos los carne y hueso se sometieron sin objeción. La carne endeble fue cuarteada sin ningún ariete, solo la expresión nominal atravesó de lado a lado el poco entendimiento que aún restaba.
Pero la palabra hizo mayores estragos aunque que en beneficio del ser humano hubiera sido creado. La palabra pasó a estar en poder de los más agraciados, y más lejos aún en manos de las divinidades que por medio de ella sometieron por siempre al hombre. El espanto ante su fragilidad, venció toda posibilidad de reflexión, el razonamiento fue sustituido por aquellos términos santificados.
Otras formaciones sugieren que los vocablos combinados de manera pseudo… científica, literaria, poética, filosófica… intelectual en general, provocaron en el hombre la convicción de su eternidad, el alma como creación perdurable. La palabra «espíritu», por ejemplo, le dio al hombre la sensación de perpetuidad. En los estudios de las ciencias, preveía un futuro infinito, las observaciones del espacio sideral, aun le dan la pauta de que no hay imposible. Vencer así la debilidad endémica de su piel, profiriendo términos de belleza insólita.
Las creaciones literarias, así lo juzga, permanecerán en la eternidad de los tiempos, aun cuando el papel amarillento se descomponga tras cualquier tormenta. Los nombres elegidos de los grandes creadores, según estos imberbes, permanecerán a través de los tiempos. Las sagradas palabras suponen la savia de los hombres, aun cuando los tiempos son infinitos.
Se enviaron al espacio sideral naves conteniendo grabaciones de discursos insignes, imaginando otros seres indagando sobre la astucia humana, el servilismo de la palabra, las arbitrarias pretensiones de vida eterna. En términos generales, la «ciencia» como el ente más racional nunca antes creado, pareció abrir ante la persona, las fronteras de todos los tiempos. Pero al fin, no es apenas sino una palabra más en el diccionario de la plenitud humana. La deuda del humano con su propia debilidad, le confirió la certeza de su magnanimidad.
Un político frente a un mitin de acólitos, debe siempre prometer todo sinónimo de realidad y beneficios. Un sacerdote desde su púlpito, promete vida eterna, lo denomina aliento espiritual. Algún académico apuntara al estudio de las cosas, el método científico propone sustanciales resultados. El poeta surtiría de palabras ya combinadas intentando despertar las imaginaciones de una vida superando los limites de la naturaleza.
Todo es palabras, términos, vocablos, voz, habla, locución, dicción… en su conjunto una lengua u idioma, que se supone el humano pueda suplantar por… vida.
La sintaxis de la palabra
Una verborragia es una inundación de palabras, pero que no siempre pueden invocar su propio destino. Solo el término individual, adquiere la fuerza necesaria para imponer su presencia.
Palabra puede ser como un dogma ineludible y cierto a los ojos de quien la emite. Pero puede también ser una falsedad, que pese a la falta de intención, hace mella en las almas sedientas de ella. Y puede llegar a un sofisma, con toda la gravedad del propósito, de inmovilizar al interlocutor.
Una palabra suele tener varias interpretaciones, y justamente en las variaciones, como en un párrafo musical, está la raíz de su vigor.
Vamos a suponer un ejemplo trivial, el término Amor, supone aquel dogma de la sensibilidad del ser humano. La vital relación con el otro. La determinación de la entrega total. Pero en esa misma línea, puede referir algo no humano como la meta de dicha entrega. Y entonces el engaño de su significado, cuando nada es absoluto, hasta un sofisma con plena intención.
Luego sobreviene el significado contrario, la hostilidad, cuando las expectativas desbordan la realidad. Aun así el uso de dicho término, puede hacer posible la certeza de su poder. El ser humano queda atrapado en la red de su propia imaginación, supone la fragilidad inherente superada.
El término fe en su manera más estricta, aparenta mover mundos, llevar una pesada piedra hasta la cumbre, volver una y otra vez. Su modo sofisma, envuelve al crédulo en tremendas batallas de guerra, suponiendo que su vida está asegurada en el otro universo.
El vocablo progreso inundó la imaginación humana de promesas casi divinas, anhelando estoicamente la superación de sus propias limitaciones. La falacia de la expresión, sumada a la fe mencionada, acrecentó de manera casi exponencial la quimera de la vida infinita.
Palabra, su uso puede ser de diferentes formas. Cuando está en un escrito, su fuente puede presentar de distintas formas, hasta incluso estructuras de gráficas significativas. La dicción fonética, desde un susurro apenas audible a un grito desesperado, y con maneras musicales. También así, la palabra sigue el curso antes señalado, desde dogma a engaño y sofisma. La medida en la cual esta artimaña de la palabra afecta al ser humano es diversa, pero al fin cumple el propósito en la argucia humana. El designio de este engaño es derivar la atención hacia lo trivial, tolerando así la frágil existencia humana.
Josef Carel

No tengo PALABRAS para representar la admiración que me produce este artículo magnífico. Solo una ¡felicitaciones!
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Un excelso ensayo. Gustazo leerlo.
¡¡MIS FELICITACIONES!!
Shalom javer
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