La pregunta sin respuesta


Una posible escena: Se levanta una persona de su lecho de enfermo, eleva sus brazos al cielo y declama: – ¡Gracias a Dios, estoy sano! – luego se postra de rodillas y susurra sus oraciones. – ¿Gracias a quién…? – lo enfrento con estupor – dime, continuo, ¿Quién te trató durante tu larga estadía en este lugar? ¿No esos dedicados médicos y enfermeras, que con sus esfuerzos de años adquirieron las ciencias de la curación?. – Si claro – responde y agrega con vehemencia – pero todo fue bajo la guía del supremo. ¡Sin su voluntad nada sucede en este mundo! Y pone punto final.

Bueno, qué se puede responder ante tanta cháchara autoinmune. Las divinidades existen en la mente humana, al parecer, como producto de sí misma. El hombre mira al cielo en busca de explicaciones y remedio a lo que su cerebro aún no puede responder. Todo lo ve como obra de fuerzas superiores, a las cuales él no tiene acceso. Es absolutamente superior a sus posibilidades, pese a que ya tiene en su poder potentes herramientas como ser, el fuego. Desde siempre la ciencia continúa aportando conocimientos y derribando muros; no obstante muchos seres humanos siguen tenazmente aferrados a sus creencias, que denominan, fe.

Otra posible escena sería una persona que manifiesta: – Lo que hay a nuestro derredor es la prueba de la creación divina, pues si no – responde con convicción – ¿Quién lo creo todo?, – ¿Cómo “Quién”? – replico aún más desconcertado – ¿Por qué había de ser “alguien”? ¿Es que solo se puede admitir la creación como obra de una única figura, que sería un símil humano? – le miro a los ojos y disparo a voz de cuello – ¿Si ha habido un único creador de todo… como se generó ese algo o alguien? ¿Cuál fue el inicio de todo?.

El hombre me mira sorprendido y no deja de buscar nuevas explicaciones, como ser el argumento ontológico, según el cual si existe “lo mejor”, lo “superior al hombre”, eso debe ser gracias a la existencia de un ser más elevado. Entonces Dios existe. Este es el único argumento que utiliza la lógica y no la simple observación. Pese a todo, es rechazado por una amplia mayoría de intelectuales, incluso cristianos. Por otra parte, es tan abstracto que no tiene asidero ni tampoco convence.

Con la intención de reforzar sus conclusiones recurre mi interlocutor a una observación que este considera irrebatible, – Fíjese usted – afirma con expectativa de mi reacción – ¡Qué perfecto que es todo lo que muestra la naturaleza! ¡Cuanto trabajo y qué profundo pensamiento hay en cada cosa que se muestra ante nuestros ojos – exclama extasiado con su propio descubrimiento – ¡Eso puede ser solo resultado de un diseño previo, profundo y detallado! ¡Por ende es obvio que tiene que haber sido obra exclusiva de algún ente superior!.

Tal énfasis me convence de que su creencia responde a una gran necesidad de lograr alguna explicación. Con suavidad, yo me atrevo a decir: – No me opongo a las observaciones en cuanto a las maravillas de la naturaleza y su gran perfección – entonces planteo – ¿Es que eso le anima a usted a considerar algún tipo de diseño a priori?. Este argumento hace uso, nuevamente, de los métodos conocidos de nuestra sociedad. Digamos, como si se tratase de cualquier trabajo de ingeniería. Pero, – reclamo – es que la naturaleza es infinitamente más compleja y no cabe alguna simple explicación como usted pretende.

Nuevamente arremete: ¿No ha notado usted algunas veces, que ocurren cosas inexplicables? Por ejemplo, cuando sin premeditación usted imagina lluvia y al momento se larga un diluvio. Sin lugar a dudas que también yo he experimentado cuestiones similares, de las cuales no tengo explicaciones racionales. Eso se denomina “causalidad”, pero también “casualidad”, es decir, “la combinación de circunstancias que no se pueden prever ni evitar”. ¿Y todo eso no le dice nada? – ¡Claro que me dice! – respondo – pero nada en cuanto a orígenes divinos de tales hechos.

Nuestra conversación podría continuar aún por más largo tiempo, pero prefiero dejar puntos suspensivos cuando se trata de una temática tan debatida. Luego, de manera concisa, comento y describo sociedades ancestrales, que desde tiempos remotos, desarrollaron sus culturas basadas en divinidades de todo tipo, tal como lo advierten los estudios antropológicos sobre los orígenes de la sociedad humana. Puede ser, pienso para mí mismo, que en la humanidad, la existencia o negación de dios, no es cuestión de algún tipo de reflexión, sino más bien la concretización de expectativas humanas. Si el ser humano hace uso de dichas creencias a fin de ordenar su vida, entonces tiene, tal vez, sentido de ser. Pero esto también merece nuestra próxima atención.

Josef Carel

Un comentario sobre “La pregunta sin respuesta

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