Organizando las respuestas


Continuando el trance del primer texto sobre la fe.

La continuación escénica: Una vez establecido un ente supremo, como guía de todas las cosas sobre la faz de la tierra y el universo entero, cabe reflexionar sobre su utilidad. La primera sugerencia es sin lugar a dudas, que aquel fija también las pautas de la existencia humana. Es decir que todo lo que el ser humano es, lo debe exclusivamente a aquel ser. Él le conduce, le dicta su conducta, y en fin decide su destino en todos los aspectos. El hombre es su principal objetivo de acción. Así este tiene una deuda absoluta con el creador y entonces le exige absoluta obediencia, lo cual se denomina: Temor a Dios. Durante cada momento e instante de su vida, este creyente debe observar al supremo con profundo temor y entonces actuar de acuerdo con lo que esta actitud le dicta. El hombre pasa a ser un “siervo” del altísimo. No cabe de ninguna manera confiar en sus propias cavilaciones, y de ocurrir algo así, él estaría en una abierta conflagración con la fe que profesa, lo cual supone un tremendo peligro existencial. Por supuesto, si le sucede algo malo a él o a los suyos, debe buscar el motivo de esos males en su propia conducta. La pureza del supremo ha sido profanada, por lo cual solo resta ofrecerle un duro sacrificio como un modo de expiación.

El cuadro siguiente: Se propone un estado inmaculado para la figura divina: Se trata de un ser omnipotente, omnipresente, omnisciente, aunque, por otra parte, está pleno de bondad y de una amplia creatividad como para prever todo. Dios puede perdonarlo todo, pero aun así su reacción puede ser terrible e infligir castigos inimaginables. El creyente por ende, debe ser disciplinado y actuar siempre bajo las directivas de aquel. Siendo un ente absoluto, no tiene cabida identificarlo con las mismas pautas que a los humanos, no obstante la paradoja es que se suele adjudicarle características antropomórficas: celos, envidia, ira, no obstante ser compasivo, comprensivo y saber perdonar. En todo caso, el único culpable es siempre el hombre. Imposible adjudicarle al supremo algún error.

Próximo acto: Crear las bases para la organización de la sociedad desde tales términos de moralidad. El mecanismo consiste en la instauración de leyes y reglas de conducta, que comprometan al ser humano y su vida entera. El ente que puede pronunciar dichas leyes es el propio supremo. Pero Dios no acepta dirigirse al último de los mortales y, por lo tanto, designa sus representantes sobre la faz de la tierra. Estos tienen como misión interpretar los mínimos designios del todopoderoso y a su vez hacerlos claros y comprensibles para todo ser humano.

Queda así claramente definido que el supremo representa a una imagen patriarcal, por ser su fuerza y poder exclusivamente masculinos. Dios es el Padre superior, cuyos designios obligan a la humanidad entera. La mujer, ese ser creado a partir de una costilla masculina, queda bajo la exclusiva tutela, protección y dirección de su hombre. Ella fue confeccionada a partir de aquel, por lo cual no tiene ninguna autonomía. Le pertenece y es parte de su séquito. La autoridad estará siempre en manos del hombre, la fémina es apenas un segmento de él. Todo es propiedad del patriarcado, el hombre elegido por el supremo para asumir el mando de la primera institución del poder divino: la familia.

Siguiendo la trama divina: Se generan las instituciones que tendrán a su cargo la vida de la comunidad de Dios.

Todo este complejo define la religión. Una definición lo explica claramente: se trata de “un conjunto de experiencias, significados, convicciones, creencias y expresiones de un grupo, a través de las cuales sus participantes responden a sus dialécticas de autotrascendencia y relación con la divinidad”. En la práctica se erigen los representantes sobre la tierra y todo un séquito de empleados y obreros de dicha “profesión”. Se levantan los templos que portan en sus entrañas los más sacros elementos imprescindibles para la práctica de las eventuales ceremonias. Es en tales oportunidades cuando el individuo queda prendado de la sensación de santidad irreductible y lo percibe como el mayor compromiso personal.

Aún queda sintetizar el sistema: La redacción de los textos que resumen la constitución de dicha organización comunitaria, y más aún, la conducta del feligrés. La tarea de su escritura es del propio supremo, quien dicta palabra por palabra todas las leyes y reglas que han de obligar a todos sus fieles. La cualidad suprema del texto lo convierte en irreducible. Es implacable, inflexible, intransigente, severo, es decir absoluto, por lo cual no se puede cambiar ni una sola letra, ni un punto siquiera del mismo. Hasta el fin de todos los tiempos, serán sus mandatos y normas, los que determinen la vida de cada uno de los individuos que conforman el universo. Solo es permitido su interpretación. Esto es posible debido a la ambigüedad de muchos de los preceptos allí vertidos, los que a su vez son acompañados por narrativas aledañas al motivo principal.

En otro aspecto, la organización requiere de modelos uniformes de conducta, como ser la vestimenta, que en primer término informa hacia afuera sobre la identidad del miembro. Pero también supone una dimensión de igualdad de todos, esto supone los límites de la individualidad.

La mujer, como modelo alternativo, representa con la indumentaria que le es asignada, el ascetismo de la comunidad, en consecuencia su condición de mujer debe quedar oculta bajo largos y anchos vestidos, y la cabeza cubierta bajo amplias cofias. Sus cabellos pueden amenazar la integridad masculina, por lo cual deben quedar totalmente ocultos. El vestido de la mujer debe a su vez esconder sus formas femeninas, por lo cual debe ser bien amplio, ella debe estar cubierta de cabeza a los pies. Según ciertas estimaciones, otra razón para este tipo de vestidos femeninos, era dificultar que la mujer pueda correr rápido. Esto haría para ellas aún más difícil escapar del presidio patriarcal. Por otra parte, en sociedad, la mujer debe mantener la vista siempre baja, para así evitar mirar al hombre a los ojos. Con cierta razón, en alguna oración, el hombre agradece al supremo no haber nacido mujer.

En resumen, teniendo plena seguridad en lo relacionado a la presencia del omnipotente en la vida del individuo, debe este prestar atención al modelo comunitario que lo cobijará todos los días de su vida. Y cumpliendo sus deberes para con la divinidad y sus representantes sobre el universo no quedará a la deriva en cuanto a todo lo que pueda distraerlo. Cada instante de su existencia puede ser penoso. Una sola mirada perdida en el caótico mundo que le rodea, puede llevarlo a la perdición. El demonio siempre está al acecho, y siendo la carne humana tan frágil, el hombre debe optar siempre por centrar su atención en la voz de la divinidad. Vea, que ha sido advertido.

Josef Carel

Un comentario sobre “Organizando las respuestas

  1. Cierto Cesar, cuando el estado se viste de dios, es el fascismo personificado. Por otra parte, cuando las instituciones religiosas llegan al poder político, ellos lo son todo y el individuo, con su libertad denigrada, ya no existe más.

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