Amor, esta tarde has hablado de forma tan contundente y precisa que he
sentido, de repente, un escalofrío: “Las mujeres envejecéis más pronto
que los hombres porque sois unas descuidadas, porque no prestáis
atención a las cosas ni a vosotras mismas”. No es cierto mi amor. Lo que
pasa es que la vida de la mujer es una continua y constante renuncia:
renuncia de sí misma para que vosotros, los hombres reluzcáis, para que
ninguna de vuestras cualidades, incluso, las más pequeñas queden disminuidas.
¿Sabes cariño, la cantidad de ternura, dulzura y amor que una mujer es
capaz de generar? De amor, ¡sabemos tanto! Porque amamos y
respetamos al padre, amamantamos y protegemos al hijo. Porque
velamos vuestro sueño, cuidamos vuestra hacienda, enlucimos vuestro
prestigio, arropamos vuestro cansancio y perdonamos vuestros
caprichos. ¡Si amor, os queremos tanto!, ¡tenemos tanto amor!
Sé que a veces frunces el ceño porque piensas que la mujer ejerce una
influencia que suele llamarse “la fuerza de la debilidad” haciendo de
nuestra desventaja un ejercicio despótico para dominar al hombre y
dominar todo el entorno. No niego que tal situación exista, pero es algo
que ocurre tanto en mujeres como con hombres. El débil, el oprimido,
tanto hombre como mujer, desarrolla unos mecanismos de autodefensa
que traspasados ciertos límites, causan el efecto contrario al deseado: se
vuelven opresores.
Por todo lo expuesto, amor, te invito a buscar el equilibrio entre los dos
y entre todos, donde los valores morales de igualdad y de respeto sean la
primera premisa a cumplir mutuamente y si flaqueamos y no podemos
alcanzarla, recurramos a la solidaridad con el fin de contrarrestar esa
crueldad con que jalonamos nuestro cotidiano vivir. Hemos de crear cada
día una convivencia armónica, rica, respetuosa, como si ese día fuera el
primero, el más luminoso y que encerrase todas las bienaventuranzas y
todas las promesas magnificas que siempre soñamos vivir y que poco a
poco se fueron frustrando sin casi darnos cuenta. La rutina nos absorbió.
Sepamos armonizar nuestras personalidades con los derechos y deberes
que nos son propios y gocemos mutuamente del amor que sepamos
generar. ¡Nos hace tanta falta!
Salomé Moltó