Con los aires democráticos que soplaban por aquellos años setenta entraron en este país varias corrientes políticas, religiosas y filosóficas que han dado diversos resultados y han trazado no pocos divergentes caminos.
El choque de culturas no siempre ha sido incruento ni nos hemos enriquecido unos de otros lo que debiéramos. Los fallos han tenido como fondo, de una parte, el que no se supiera lo suficiente bien cual era nuestra cultura, nuestros orígenes, los valores con los que habíamos sido educados, lo que habíamos adoptado y lo que habíamos rechazado, en un régimen dictatorial que enterró toda cultura anterior y nos sometió a un lavado de cerebro casi total y de otra, el miedo a cuestionar nada de lo “correctamente establecido” durante tantos años. Los conceptos de la dictadura que soportamos durante casi cuarenta años más que imponernos unos valores se afanaron en destruir los que la familia nos había podido dar. Con esta insuficiencia cultural y esta carencia de un proceso histórico propio se ha intentado interpretar culturas orientales cómo nos ha parecido, pero sobre todo bajo nuestro propio enfoque, de por sí deficiente.
Aprendimos muy tarde que nuestro origen es la cultura grecorromana y la judeocristiana, nos guste o no, ellas han marcado nuestros últimos tres mil años. Pero si ignoramos nuestro origen, si desconocemos los pros y los contras de nuestra propia identidad, ¿cómo vamos a pretender analizar otras culturas cuando estas son el fruto de un proceso histórico que se ha desarrollado lejos y a espaldas nuestro?.
No basta con leer los Vedas, el Budismo, el Zen, etc y demás conceptos orientales, y querer interpretarlos, tendremos, como menos, que viajar a los países donde nacieron esas filosofías y religiones, saber cómo las personas viven esa gama de valores, cómo la interpretan y quizás entonces tengamos una concepción más acertada de esas creencias.
Hemos visto cómo una persona, nacida cerca del Vinalopó, al lado del Segura o cerca de la Sierra de Mariola, adoptar un nombre extraño, vestirse con una túnica y empezar un rezo con cánticos extraños, hablarnos de los “chantras, de ciertas fuerzas que nos guían y de una infinidad de conceptos tan esotéricos que no hemos llegado a comprender absolutamente nada. Nos han filosofado sobre unos valores, que cuanto menos, nos son extraños y muchas veces, contrarios a los nuestros y a nuestra forma de pensar, sin mencionar que, por “llevar un mundo nuevo en nuestro corazón”, otros valores y otros enfoques son hoy día tan preciados como necesarios y por ellos y con ellos intentamos racionalizar nuestras existencias.
¿Puede una persona educada en esta sociedad occidental defender conceptos de otras culturas? Me temo que no. O como dicen ahora “pues va a ser que no”.
La misma extraña sensación nos daba cuando “el Papa superstar”, se montaba el espectáculo con las otras religiones. No se si alguien llegaría a creer eso de la hermandad mundial de las religiones como panacea del buen entendimiento entre creencias divergentes. Que les hablen a los protestantes de la noche de San Bartolomé, a los judíos y a los árabes de la Inquisición, por citar un ejemplo. Lo que sí queda claro es que cada religión, al igual que cualquier política, es absoluta y, por lo tanto, excluyente de las demás. ¿Es posible un sincretismo de esos valores?. Pensamos que no.
Un denominador común a toda religión es que bajo unos valores universales de solidaridad y generosidad, más supuestas que reales, se impone un dogma de obligado cumplimiento en donde el “guru” de turno tiene la última palabra tanto como la primera y que si crees obedeces y si no, no cuentas, porque en el fondo es un problema de fe o de ciencia, así con dos líneas eternamente paralelas e irreconciliables.
Salomé Moltó
MUY BUENAS TUS APRECIACIONES.
Las estrofas finales de tu escrito, sintetizan, en forma exquisita, el tema compartido.
Abrazotes, amigaza
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