Las mejores escenas…


No son categorias especiales ni mucho menos, pero simplemente lo diario y lo común de un día cualquiera. Caminando por las calles de la ciudad, te topas con personajes como si fueran salidos de la ágil mente de algún escritor. Solo mirar a tu derredor e imaginar lo que algunos representan las escenas menos imaginables.

Por ejemplo, pasa a mi lado una mujer bastante rellena, por no decir gorda, o quizá obesa, montando una bicicleta. Entonces imagino lo que el peso de esa señora podría causar al esqueleto de hierro del aparato sobre el cual ella navega. ¡Ay! ¡Ay!, supongo a la bicicleta exclamando con cada salto o grieta del camino que le obliga la conductora a saltar. Si, ya se, me dirán que es de hierro y puede soportar cualquier peso y hasta partirse en pedazos. Y, sin embargo, imaginemos por un momento que ese aparato no es tan insensible, y en cambio, tiene alma. Bueno, entonces si que la cosa se pone fea, pues estamos frente a un claro caso de explotación. La pesada mujer, seguramente que si es una persona falta de sensibilidad, diríamos… humana. La situación refleja claramente un estado de diferencia social, quizá socioeconómica, por cuanto el aparato con alma, fue obligado a soportar tan denigrante situación. ¿Y la mujer, qué? ¿Es entonces una desalmada, a quien no le importa en absoluto ser una explotadora?

Ante tal situación me pregunto cual es el sistema que soporta ese estado de cosas. Digamos, que cuando la señora se hizo dueña de la bicicleta, no tuvo que ofrecer ninguna garantía en cuanto al objeto de su adquisición. Simplemente, la organización le permite a cualquier persona, hacer con su dinero lo que le plazca. Así, incluso se puede suponer, que esa mujer tomo un préstamo bancario y se comprometió a su devolución al ente financiero. ¿Y la bicicleta qué? ¿Es que alguien le preguntó si aceptaría ser montada por tal peso pesado sin ninguna observación de su parte? ¡No hay derecho! Pues aun cuando fue creada y destinada como aparato a montar gente que necesita transporte, tiene esta misma sus propias limitaciones. ¡No señor! No se puede aceptar así como así, que cualquiera pueda montarla, sin determinar de ante mano, los limites de uso. Si es que el aparato fuera proyectado desde el inicio para soportar pesos pesados, entonces sería comprensible este uso desproporcionado, como aquí comento. Es que mi impresión, como observador ciudadano, era que el tremendo cuerpo de la señora sobresalía de la bicicleta por todos lados. El enorme trasero de la señora parecía estar sostenido por un simple caño. Las ruedas estaban casi a ras del suelo, sin presión suficiente como para navegar por las retorcidas calles y veredas de la ciudad.

Yo escuchaba como gemidos pidiendo lastima y consideración, aunque al fin creo que era la única persona que prestaba atención al caso. Entonces me pregunté si es que debía yo intervenir de alguna manera. Pero cuando solo vi sonrisas de sorna en algunas facciones de otros transeúntes, decidí que nada se podría cambiar y que solo haría el ridículo.

Entonces seguí mi camino pensando en la próxima escena ciudadana…

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