Probablemente nunca se sabrá como comenzó todo esto, pese a los tantos años que han pasado y las tremendas consecuencias que aquel descalabro dejó en la humanidad. O más bien decir, lo que quedó de ella. Los restos retorcidos y humeantes que asoman entre los escombros, como se retratan en las memorias de las guerras mundiales, los desastres naturales y tantos más. Peor aún ocurrió a los humanos, aquellos que lograron permanecer de pie, como en mi caso; amen de la clase privilegiada; los no contaminados, la gente seria. Pero esto último merece un párrafo aparte.
Me adelanto a la narrativa en si, para que se pueda comprender el quid de la cuestión, sin misterios: la humanidad, o más bien una parte esencial de ella, sufrió de una terrible pandemia, un ataque de risa colectivo que se extendió hasta los últimos confines del planeta. Todo ocurrió tan velozmente, lo cual es una de las causas de los fallos científicos, que no permitieron hasta nuestros días determinar su naturaleza. Lo único que se tiene por seguro, es que las victimas de esta, ¿enfermedad?, afectó a las masas populares de la población, mientras que del espectro humano, las clases dirigentes, es decir: políticos, funcionarios públicos, empresarios, empleados jerárquicos, jefes de policía, directivos de empresas publicas como privadas, dirigentes religiosos, filósofos, pensadores y otros similares, no fueron afectados en absoluto. Estos fueron los únicos seres humanos serios, los que pretendían ser los responsables de lo que ocurría en el mundo. Incluso hubo casos intermedios, de gente que siendo parte de las clases privilegiadas, sufrieron el embate de la endemia. Según ciertos investigadores, podría tratarse de personas desarraigadas, que en verdad no pertenecían a la clase social en la cual nacieron. Unas especies de “ovejas negras” humanas.
Yo puedo solo narrar de mis vivencias personales, pero de ello seria difícil emitir conclusiones validas, ni mucho menos. Si creo, que podría servir a los efectos de conservar un recuerdo individual, como el caso de los álbumes de algún paseo familiar, que un buen día un nieto podría encontrar en el altillo de la vieja casa.
Un día, yo viajaba en el autobús de regreso a casa. El vehículo iba repleto de gente, y por eso muchos, como yo también, nos aferrábamos al pasamanos. Miraba las calles y a la gente que concurría como siempre, y en verdad que no pensaba en nada. Estaba un poco cansado del trajín de aquel día y solo añoraba un buen baño y un merecido descanso.
De pronto, desde uno de los extremos del autobús, se oyó una carcajada, al principio débil y temerosa, pero que iba en aumento en cuanto a su intensidad y ritmo. Luego le siguió otra risa que también iba en incremento y parecía que fuera algún grupo de escolares contando un chisme cómico o algo similar. A decir verdad, no tengo la menor idea de quien o de quienes se trataba, pero apenas atiné a observar el acontecimiento, cuando las voces de risas y carcajadas llegaron a mi inmediación. Una mujer sentada a mi lado se tapaba la boca con la mano, en un esfuerzo inútil por aminorar los espasmos que ya la sacudían. Su vecino no tuvo mayor éxito que ella, pero sin darme cuenta siquiera, unos segundos después, también yo me reía a más no poder hasta que las lagrimas comenzaron a resbalar por mi cara. A esa altura el pasaje completo de aquel autobús se retorcía de la risa y parecía que el conductor estaba perdiendo el control del vehículo que se desplazaba dando tumbos por el asfalto.
Pero eso apenas fue el inicio de una especie de psicosis que se había dado en ese grupo de seres humanos ubicados casualmente en un entorno particular. Pero resultó ser apenas el principio de la cadena, pues cada parte del pasaje al bajar en su estación, hacia las veces de agente de contagio y entonces nuevos grupos de personas eran atacados por la fiebre de la risa. El efecto parecía ser exponencial, pues por cada contagio, surgían otros dos o más contagiados, que luego se multiplicaban y entonces estallaban en sonoras carcajadas, cada vez a más decibelios, pues se iban sumando las ondas expansivas. En un momento dado debido a la estridencia sonora, aunque parezca exagerado, comenzaron a darse pequeñas grietas en las paredes de algunos edificios, en especial aquellos que alojaban numeroso publico, como ser estaciones de trenes, instituciones publicas y otros.
Los ataques de risa trascendieron la ciudad, luego atravesaron las fronteras, cruzaron montañas y ríos, y hasta continentes. Aviones que surcaban los cielos, se sacudían peligrosamente, y los pilotos apenas si podían aterrizar, pues también los controles aéreos estaban neutralizados. A ciegas depositaban sus pasajes que de inmediato procedían a contagiar los aeropuertos y se desperdigaba rápidamente por el interior de los países. Algunos pensaron que el calor de los trópicos podría oficiar de barrera de contención, pero buena sorpresa se llevaron porque resultó lo contrario. Olvidaron de la tendencia natural a la buena vida y la risa en aquellos lares, con lo cual aumentaba mucho más el contagio. Otros propusieron el frio de los polos y las zonas cercanas como freno de la pandemia, pero todo resultó inutil.
A todo esto debimos prestar atención a que el reino animal permanecía completamente impasible ante el furor que se había desatado entre sus congéneres del reino animal. Eso si, muchos animales domésticos, en especial los de cría, comenzaron a sufrir las consecuencias de las fallas humanas. Estos estaban en tal mal estado que olvidaron, o no podían, ocuparse de aquellos. Faltaban alimentos, el forraje para las vacas y pastos para los caballos, hasta las aves de corral comenzaron a morir en cantidades. Nadie recogía ya los huevos de las ponedoras y todo se descomponía, y hasta faltaba el agua. Un desastre domestico, pero eso si, los animales silvestres de pronto disponían de mucho espacio libre sin que los humanos los molesten. Pero en ciertos casos, los animales estaban desconcertados tan acostumbrados a la brutal intervención humana. Muchos de ellos habían olvidado las leyes naturales y no sabían lograr alimentos del medio ambiente. Solo los más salvajes lograron perdurar.
Pero las victimas humanas de la pandemia, comenzaron entonces a sufrir del extremado estrés, físico y mental. De tanta risa, algunos ya no pudieron cerrar sus fauces y quedaron con las bocas torcidas. Se secaron las fuentes lagrimales y quedaron sin saliva que pudiese humedecer los paladares. Simplemente, muchos ya no podían cerrar sus bocas ni emitir sonidos. El esfuerzo mental llevó a muchos también, a padecer ataques cardíacos, en algunos casos hasta el paro y la muerte. Ciertas personas sensibles, permanecieron en un estado catatónico, parados sin poder moverse, al lado de alguna pared o tirados en algún banco de la plaza o directamente en el suelo. Era inútil buscar auxilio medico, pues las atestadas salas con víctimas de la risa, padecían junto a los médicos y los servidores clínicos. Estos más aún, habían sido afectados profundamente y parecía que ya no había salvación para nadie.
Seguramente te preguntaras, estimado lector/a, como fue que yo salí de aquello para poder escribir estas líneas. No escribo para publicar ahora, pues seguro que nadie querrá creerme, pero dejaré que la posteridad se haga eco de lo acontecido.
Pero aun falta una parte esencial y sumamente importante que ustedes deberán saber. Tal como indiqué al inicio, una parte de la humanidad no fue victima de la epidemia, y puede que esto sea un indicador fundamental, al momento de describir la verdadera naturaleza de la humanidad. Ciertamente, toda la capa dirigente de personas que ocupaban cargos, tanto en el sector publico como en el privado, no sufrieron de la enfermedad. Eran absolutamente inmunes a todo aquello, como si no pertenecieran a la especie humana, o que permanecieran totalmente alejados de lo popular. Ajenos del quehacer diario, común y corriente de la gente. Una especie de estirpe fuera del tronco del linaje humano. Probablemente la inmunidad de aquellos tendría algún factor genético y hereditario, pese a que los científicos de la biología aún no han concluido nada. Otros opinan que se debería buscar sus orígenes y causas en las pautas culturales de la civilización moderna. Podría ser también una combinación de factores, ya que tales conductas tienen sucedáneos históricos. Reyes y emperadores de imperios solían creer en el origen divino de su estirpe, por lo cual ni siquiera pretendían pertenecer a la especie humana. Hasta nuestros días esta creencia perdura en una gran parte de la dirigencia política, religiosa y hasta en intelectuales. Esto es una razón más, por la cual prefiero permanecer en el anonimato. Es peligroso.
Cuando estalló aquel descalabro, los dirigentes estaban atónitos y no atinaban a tomar medidas. Simplemente no tenían ninguna idea de lo que pasaba, ni tampoco podían adivinarlo. Bueno, en realidad nadie lo sabia, pero a diferencia de la gente común, los dirigentes creen que es su obligación actuar.
Entonces comenzó una loca carrera de toma de medidas y luego sanciones, cuyo fin era frenar el ataque de risas. Unos a nivel nacional, pero luego acordaron de sincronizar las acciones a nivel mundial. Nada resultaba. Enviaron personal profesional a los lugares donde creían eran el foco de contagio, pero estos no tenían ni idea de nada. Comenzaron a repartir mascaras para cubrir la vergüenza. Creían que si las personas no se miraban unas a las otras se iba a contener el traspaso del germen. Nada, el contagio seguía y menos aún se conseguía parar la “enfermedad”.
Resultó al fin que las clases dirigentes veían en aquello una amenaza a sus gobiernos, por lo cual se estableció un sistema dedicado a recabar información del público. Buscaban los nodos de contagio, pues allí, creían firmemente los gobernantes, debían estar los causantes del proceso. Llenaron las cárceles de sospechosos, que fueron investigados durante horas y días, por investigadores serios.
Cabe especificar que aquella clase de gente inmune, los dirigentes, como señalé antes, sumaban también personas que sin las funciones que llenaban, hubiesen sido considerados del pueblo. Es decir, que también ellos hubiesen sucumbido a la epidemia. Esos eran los soldados y policías, que “cumplían ordenes”, los que perseguían por las calles a los afectados de la “enfermedad”, los acorralaban, los tomaban presos y luego los torturaban para “sacarles la verdad”. Debemos decir entonces, que así como el vestido hace a la persona, peor aún es con las funciones, las cuales es conminado a llenar, lo que lo destaca por sobre la humanidad. Ya no es un ser humano, ahora se trata de un funcionario. En este caso al servicio de intereses políticos.
Josef Carel
Ante todo quiero creer que el relato/ensayo/historia (tachar lo que no corresponde), es un lógico producto de ese terrible efecto de la cuarentena, que con seguridad está resultando más perniciosa que el sanguinario virus en cuestión.
Ahora en cuanto al texto compartido…me resultó la mar de interesante, y destaca, sin lugar a dudas, tu maestría con la pluma y eso sí, es DESTACABLE, donde es posible llegar cuando el escritor otorga libre albedrío a su imaginación, y la tuya, querido amigazo, no tiene fronteras.
¡¡MIS FELICITACIONES SINCERAS!!
Shalom
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Muchas gracias amigo por los elogios, pero es algo bien profundo, una preocupacion constante sore la gravedad de la situacion que vivimos, sin tener a ciencia cierta, un futuro seguro. No lo digo por el virus, sino por los seres humanos y en especial por nuestros desastrosos lideres.
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