Cada día nos despertamos pensando que otra desgracia golpeará nuestras vidas, Hemos pasado por infinidad de pandemias después de cada guerra,el proceso humano no es más que un doloroso caminar, entre egoísmos, violencia, sangre y muerte. Pero seguimos adelante porque la vida no se detiene por muchas aberraciones que se cometan, sean estas naturales o humanas.
Y en este orden de cosas también soportamos otro sinfín de adversidades que por sernos habituales dejamos de darle importancia, sin embargo para la familia que golpea la desgracia, el dolor es inconmensurable, me refiero a los accidentes de coche que como monstruo destructor sesga la vida de infinidad de seres humanos, la mayoría jóvenes, cubriendo de luto a sus familias. Unos ciclistas atropellados, un fallo de motor o de los frenos etc. Las estadísticas semanales, mensuales y ya al año suman varios miles. Un puente festivo, tanto en el buen tiempo hacía las playas como en invierno hacia las estaciones de ski ponen todo un dispositivo de seguridad que no evita, o muy poco, las catástrofes de la carretera. Esa euforia que provoca unas copas demás, esa inconsciencia del peligro de lo que es un coche guiado a toda velocidad. En cambio parece que la sociedad asimila mejor la estúpida imprudencia en la carretera que el accidente laboral o el ataque terrorista, como si el morir de una forma u otra fuera relevante.
Miles de muertos en la antigua Ceilán, Tailandia e islas adyacentes, obreros asesinados, en el tajo por la racanearía de una patronal ávida, así “total son obreros, se pueden apañar con cualquier cosa”. Supongo que para una madre, esposa e hijos, importará muy poco si su ser querido ha muerto víctima de una bomba, por accidente laboral o por otro motivo, la cruda realidad es que han perdido lo que más querían.
Lo que se considera accidente tiene visos de ser mejor aceptado, hay como una conformidad generalizada, un “¿y qué se puede hacer?, resignación” y hasta se oye decir un “No ha sufrido a penas, casi ni se ha enterado”, suelta el docto de turno. ¿Y qué puede saber el buen señor ante la muerte de alguien como para opinar de esta forma?. ¿Cómo se puede calibrar lo que alguien sufre en el momento de morir, sino se está en la piel del fallecido?.
Nos gustaría poner freno a la imprudencia en carretera, a la insensatez en la política, a la tacañería en la protección del obrero, al ser humano en general, porque en la medida en que la inconsciencia, y la especulación toman cuerpo en nuestra sociedad, el sentido común, la sensatez, el afán de cultura y equidad reculan de forma lamentable y queramos o no, estos valores han sido la guía de nuestro avance y progreso tanto individual como colectivamente y a ellos estamos destinados a volver si queremos salvarnos de la barbarie.
Salomé Moltó