He entrado lentamente en el edificio observando el pequeño parque y su
jardín alrededor. Me convencí que los residentes pasarán largos ratos
paseando y disfrutando del sol y de las plantas. Así se lo he hecho notar
a mi amiga después, cuando volvía a ver aquel lugar a través de la
ventana de su habitación. Su negativa a mirar, a no querer ver ni el
parque, ni el jardín ni la calle, me han hecho mucho pensar.
El edificio es moderno bien cuidado y asistido por personal docente y
competente. Es mi impresión, quizás equivocada, quizás no. Mirar el
paisaje es una cosa, observar el paisanaje muy otra.
Es, como se dice ahora eufemísticamente, un “centro de acogida para la
tercera edad”. Las habitaciones limpias, ordenadas, con asistencia
médica, cuidados paliativos, etc. En fin, cuanto se pueda desear para las
personas mayores, en una sociedad lúdica, consumista y superficial que
unos gozan y muchos padecen. Pero, ¿qué más se puede pedir? ¿Qué
más se puede hacer para las personas ancianas con el fin de que puedan
acabar sus días lo más dignamente posible?
Nada más y nada menos que lo más importante “La Libertad, la
creatividad, la sociabilidad” que ya no tienen o que siente que han
perdido o les han arrebatado.
Tal vez sea cuestión de adaptabilidad, o quizás de cariño o, ¡qué sé yo!,
hay algo en el ambiente que deprime. Ese hombre que grita
desgarradamente porque no ha venido hoy un familiar a verlo, o quizás
sí vino, pero que ya no se acuerda. Esa anciana con las piernas llenas de
llagas que la traen a su habitación después de las curas y no sabe muy
bien en que puerta entrar. Aquel hombre de fuerte personalidad que no
soporta tener que usar una silla de ruedas empujada por una asistenta
cansada de una dura jornada, a la que increpa porque le duele tanto el
cuerpo como el orgullo y el alma.
Y así cada persona con todo su bagaje de enfermedades, minusvalías,
desencantos y ansiedades. Y como angustia más demoledora, la soledad.
Este es el sentimiento más común a todos los residentes. No se sienten
queridos, sino, ya como un objeto inservible, se ven arrinconados,
enfermos, abandonados. Aunque muchas veces no es verdad. La
juventud tiene que trabajar, vivir su vida y hacer frente a sus problemas.
La vejez a los suyos. La primera, observa el porvenir como una extensión
inmensa que abocará en la vejez, si se vive lo suficiente, pero queda
lejana. La gente mayor la vive y la sufre al día a día. Renunciar a lo que
se ha sido, a lo que se ha podido hacer, es muy duro, y aceptar la dura
realidad del hoy, mucho más, por mucha ayuda que se pueda tener.
A pesar de exhalar un suspiro de desencanto mi amiga, hoy postrada en
una silla de ruedas, no ha perdido la firmeza de su mirada, y la blancura
de sus cabellos que tanto la ennoblecen.
Ya sus manos no podrán dibujar aquellos hermosos cuadros, un ligero
temblor se lo impide. Es el corazón que sufre y la artista que se rebela.
Por eso no quiere mirar a través de la ventana ese hermoso parque, ni
tampoco la calle por la que no puede deambular.
A Alcoy, tan nutrido desde siempre de buenos artistas, llegó una pintora
andaluza, una excelente dibujante, una creadora nata. Llamó a un grupo
de mujeres inquietas para participar en su revista y pocas se negaron a
colaborar en su obra. Así tanto en poesía como en prosa y con sus
hermosos dibujos, sus libros y sus revistas son el exponente máximo de
una indómita mujer. Incansable empuja a la gente a crear y sacar desde
lo más hondo esa parte artística que cada uno/a llevamos dentro, porque
crear es amar y amar es vivir.
Rosa Lluc, su amiga nos lo hace sentir a través de un libro de poemas
precioso que ha publicado empujado por la incansable tarea de esta noble
mujer que es Rodovi.
Cuando salimos por el pasillo me vuelvo a observar a esta maravillosa
mujer que crea tanto como se rebela y creo ver una lágrima que asoma a
sus ojos negros, esos ojos de artista que no quieren mirar por la ventana
porque llevan más arte dentro del que pueden ver fuera. Le he prometido
volver.
Salomé Moltó