Los maniquíes, tiempo ha, cuando aún no existían los Centros Comerciales, muchas de las modistas, sobre todo, las que tenían cierto «caché» poseían un maniquí. Eran personas muy respetadas y, el maniquí lo utilizaban para las clientas con cierto relieve con el propósito de ahorrarles hacer menos viajes para probarles el modelo que habían seleccionado. Hasta aquí todo perfecto.
Transcurrido cierto tiempo, fueron extinguiéndose las modistas y surgieron los modistos, “los creadores». Ellos son los que han cogido el relevo a las modistas que ahora son jornaleras, es decir, las que realizan el trabajo sin ser vistas. Más claro, las invisibles, están en la trastienda, aguja en ristre y trabajo a destajo.
Los modistos son una especie de voyeurs, son muy «famosos», como las estrellas de cine, vamos. De manera que los maniquíes son sustituidos por gráciles y exuberantes mujeres jóvenes, guapas, curvas, pechos duros, potentes, mucho “glamour”… pero, a mí, lo que me apasiona de las maniquíes, no sé cómo decirlo: Son como ingrávidas esculturas, figuras fijas, tienen un no sé qué de misterio… No hablan y resuelven todo, si les pinchan con las agujas para hilvanar cualquier parte de la prenda que están creando, no se quejan, no se mueven, no incordian.
Hacer costura sobre los estáticos maniquíes intuyo debe ser un frenesí, con ganas les ponen, les quitan, les ajustan el talle, cortan, pegan. Certifico que debe ser un placer trabajar con las maniquíes. Yo adoro el trabajo sobre el maniquí y me recuerdan a algunos cuadros de Picasso, Chagall o Matisse que han utilizado cuerpos de mujeres con cierto aire de figura-maniquí.
Refinando, ajustándome más al lenguaje de mo-dis-ta, hago constar que los maniquíes son mi debilidad, ya que creo que son un objeto artístico e irrepetible. Y doy fe, en acabar este escrito, me voy a comprar un maniquí.
Salomé Moltó