¡Ah!, mi esposa fue una hermosa hembra, hoy sigue siendo una espléndida mujer. Se ocupa igual de bien de su trabajo como de su casa. Yo soy un invitado de excepción, claro, pero invitado.
.- ¿No se siente parte integrante de ese hogar?
.- No, el hogar es suyo. Por eso yo quiero crear el mío, y me temo que va a ser unidimensional.
.- Creía que se iba a vivir con otra persona
.-¡No¡, en absoluto sería lo mismo. Sería la casa de otra estupenda señora, pero no la mía.
¿Pero, ustedes han tenido tres hijos? Y …
.- Tres magníficos muchachos. Me llevo bien con los cuatro, ella incluida, pero me gustaría tanto poder dejar las zapatillas donde me parezca, la corbata colgada en la barra de una silla, si me apetece, no preocuparme de bajar la tapa del inodoro, gastar el tubo de la pasta de dientes por donde me plazca, me agradaría, en fin, tener mi propia vida. Me separo por ese infinito mundo interno que no tengo y que sin él me siento perdido. Necesito tanto mis espacios físicos como los morales, espirituales e intelectuales y bueno, los chicos ya están criados y son independientes y, bueno,… nos vemos, de cuando en cuando..
No obstante, no sé si podré adaptarme a un nueva vida, y temo que el recuerdo de tantas vivencias me absorban, me devoren y me venzan.
.-No cabe duda de que no somos los mismo a los veinte años cuando nuestra meta es conquistar a la hermosa chica con la cual soñamos y creamos un hogar y luego criamos a los hijos y después ¿qué queda? Nada, un vacío insufrible.
.-Pues no sé, tal vez si ahora no queda nada es que nunca hubo nada, quizás la ilusión de que hubo algo con que cubrir el abismo del desamor que ahora le golpea con crudeza. ¡Medite, dicen que siempre queda algo donde hubo!
Salomé Moltó
Kosas y algo mas 