Desde tiempo inmemorial la sociedad mantiene una dicotomía en su forma de relacionarse y, sobre todo, en la manera de comportarse.
Una es la más vieja y primitiva que ha desarrollado a lo largo de los siglos un espíritu servil, un estado anímico de sumisión y una renuncia de sí mismo a favor del “líder”, del despabilado, y en la mayoría de las veces, del déspota de turno.
Quizá el miedo al trueno o al rayo, al volcán o al terremoto hizo nacer en nuestros ancestros un profundo respeto por la naturaleza que degeneró en un servilismo. Esa actitud de renuncia de sí mismos a favor de fuerzas externas, esa reverencia por lo ajeno, por lo incomprensible, por lo que no se explica, nos ha llevado por la vía de la esclavitud y por la invención de todo concepto religioso y también porque se renuncia a abrir la otra vía, la de uno mismo a la mirada interior. O mejor dicho, a intentar saber cómo somos, cómo podemos ser y lo que seremos capaces de crear.
La otra vía paralela a la anterior y casi tan vieja como ella, nació más de la reflexión que del instinto, más de la bondad que del interés. Es la que hemos denominado apoyo mutuo, justicia, solidaridad. Seguimos pensando que la evolución de la humanidad se deba más a este concepto que al defendido por Darwin sobre la selección natural, y que es el único enfoque que nos puede frenar el camino hacia la barbarie.
Hoy los dos conceptos conviven difícilmente, pues son antitéticos. Donde se impone uno el otro no puede medrar, aunque el segundo por su justo proceder tolerará a los, digamos “líder” siempre con el propósito de que entre a un régimen de igualdad y no nos destruya nuestra convivencia de una ética racional: la que nos da a todos y a cada uno los mismos derechos, exigiéndonos la misma responsabilidad.
Si observamos el área donde el “líder” impera, este lo es por la dejación de los demás y por su servilismo con que lo arropan. Los demás han renunciado a sí mismos a favor de los supuestos valores al que sirven, por lo tanto, el resultado no puede por menos que ser pobre, menguado y casi siempre viciado. Que el supuesto “líder” sea psicólogo, médico, abogado, o sociólogo, no garantiza, ni mucho menos, un mejor hacer, ni un óptimo resultado convivencial.
No nos cansaremos de defender que una verdadera democracia no puede omitir el valor de todos los miembros que la componen. La asamblea, la reunión o la asociación está compuesta por los miembros que aportan todos sus valores, confrontan sus pareceres, toman sus acuerdos y sobre todo aprenden a respetarse. Este concepto es primordial porque nadie es más que nadie y como bien dijo el poeta, “entre todos lo haremos todo”, a lo que añadió ese escritor de gran valor que fue Felipe Aláiz , “entre todos lo sabemos todo”. La sociedad no es más que el resultado de la aportación de los que la componen en plenitud de igualdad.
Salomé Moltó