Un hombre de talla mediana, delgado, con rostro alargado y un pronunciado estrabismo, atendió mi solicitud para ingresar en la CNT. Estábamos a mediados de septiembre de 1977. Hablaba despacio y con voz débil, parecía tranquilo y reflexivo a la vez.
En los momentos en que mi agotador trabajo me dejaba algo de tiempo libre, iba al sindicato y charlaba con los viejos compañeros, él siempre estaba allí. Era de los mayores, creo que en 1936 tenía unos treinta dos o treinta y tres años.
Cerca de las ocho venía a buscarlo Maríu, su mujer y los dos volvían a casa para cenar “el bullidet” (patatas, cebollas y frijoles verdes hervidos), esa era su cena desde siempre. Desde siempre que habían tenido suficientes recursos económicos. Me sorprendió la parquedad con que vivían. El hervido y un trocito de queso era su cena. Fui varias veces a su casa y me hablaron de tiempos pasados, sobre todo, de la República, la guerra y los dieciséis años que tuvo que vivir como un topo.
Amando, que así se llamaba, me ayudó muchísimo para poder recoger la documentación de mi libro “Una nueva economía, socialización y colectividades alcoyanas l936-1939”. Gracias a él muchas puertas se me abrieron y muchas gentes aportaron su testimonio y colaboración. Nunca le sorprendí un gesto airado, ni rencor alguno.
Captó mi atención, muy especialmente, cuando, delante de su mujer y de Taino, otro compañero, se levantó el canal del pantalón hasta donde pudo y me mostró una cicatriz que como una culebra se perdía pierna arriba. Yo andaba saturada de tantas historias y acontecimientos como todo el mundo me contaba. Pero la de Amando y Maríu ha sido de las más hermosas que jamás he oído.
“Íbamos a toda prisa camino de Alicante, ya habíamos bajado el puerto de la Carrasqueta, cuando nos cruzamos con varios coches de falangistas e italianos. No pararon y siguieron dirección Alcoy. Nuestro chófer continuó un trecho más y se paró. Si los fascistas habían llegado hasta allí es que Alicante había sido tomada. Nos entró un gran pánico, a penas podíamos pensar, la sorpresa había sido mayúscula. Unos decidieron entregarse confiando que como no tenían las manos manchadas de sangre, nada podían temer. “A lo sumo unos años de cárcel”, pensaron inocentemente. Todos fueron fusilados. Yo decidí volver a casa y luego, de acuerdo con Maríu me escondí en casa de un compañero no sospechoso, durante un tiempo. Luego cambié de sitio. Durante esos meses registraron dos veces mi casa , le preguntaron a Maríu donde yo estaba. Ella respondía que me había ido hacia Alicante y que nada sabía de mí desde entonces, algunos compañeros que fueron interrogados también sostenían esa postura pues fue el último acuerdo que tomamos antes de huir. Así que solo mi madre, Maríu y los cuatro compañeros que iban conmigo en el coche sabían de mi vuelta. Poco después al ser estos fusilados el secreto quedo en mi madre y Maríu.
En el fondo tuve suerte, porque después de ir de un sitio a otro, una noche me metí en casa y allí permanecí todos estos años con mi mujer y mi madre. Estas fingían interesarse por mí y hacían ver la posibilidad de que yo mandara alguna carta desde Francia o Argelia donde ellas decían debía de estar yo.
Maríu trabajaba en el Bambú (la fábrica de papel de fumar), las obreras se sentaban alrededor de una larga mesa. Una, con un cierto rintintin, le dijo cuando su estado físico demostraba la evidencia:
-“Maríu, sino fuera porque sabemos que no tienes hombre, se diría que estas preñada”.
– “Es que no hay otro hombre en el mundo que el mio”.
La respuesta dejó a todo el mundo espantado, los dimes y diretes circularon exacerbados. Maríu fue llamada a la dirección de la empresa, donde el gerente, después de hacerle un sermón sobre las cualidades que deben adornar a toda mujer decente y debido al “mal ejemplo” que ella representaba para las compañeras, sobre todo para las jóvenes, quedaba despedida. Así que al terminar la semana abandonaría su trabajo. Estábamos en 1942, Maríu daría a luz tres meses después. Y, ¡ah milagro!, las mujeres reclamaron, se habló de huelga. Una comisión decidió subir a hablar con el director antes de tomar medidas más contundentes. “Todos sabemos que es una pobre desgraciada, quien sabe si no ha tenido que hacer esto para comer. No sería cristiano dejar a esta mujer en la calle”. Hubo sus más y sus menos durante toda la discusión, pero la firmeza de aquellas mujeres a pesar de la fuerte represión, hizo reflexionar al gerente que anuló el despido de Maríu y esta pudo continuar con su trabajo. Con esto creíamos que lo peor había pasado, pues desde que supimos que estaba embarazada vivíamos con una angustia permanente esperando el momento que todo el mundo lo supiera. Pero no fue así, lo peor nos vino del lado de mi familia. Mis hermanos se enfrentaron a mi madre y le exigieron que dejara de vivir con la “desvergonzada adúltera”. Como mi madre estaba en el secreto les dijo:” cómo voy a dejarla, ahora que más me necesita? ¿si es una desgraciada habrá que ayudarla?. Mis hermanos rompieron toda relación con su madre y dejaron de hablarle.
Nació la niña, en los primeros tiempos, entre mi madre y yo la criamos. Cuando murió mi madre me ocupe yo solo. Cuando Maríu se iba a trabajar cerraba detrás de ella la puerta con llave. Ni siquiera la vecina llegó a sospechar de mi existencia. Siempre llevaba zapatillas o iba descalzo.”
-¿Y la niña nunca te descubrió con alguna imprudencia, llamándote papa, por ejemplo?
– Jamás, nunca le dije ni mi nombre ni que yo era su padre. La niña entró en la conspiración de silencio a que la situación nos obligaba.
“Lo peor fue que cuando la niña ya empezaba a ser mayorcita, con lo que ganaba mi mujer teníamos que vivir los tres y muy poco era lo que le podíamos ofrecer. Aquellos fueron años de hambruna y fue entonces cuando mi hermano y cuñada que no habían tenido hijos y que nada habían querido saber de mi mujer, empezaron a hacer todas las gestiones legales e ilegales para quitarnos la niña. Por eso de ser los tíos, se acercaron a ella ofreciéndole todo aquello que su madre no le podía dar y finalmente la adoptaron con el pretexto del beneficio que suponía para la niña vivir en una familia “cristiana y decente” y para que no permaneciera bajo la tutela de una madre de “dudosa moral”. Así fue y no pudimos hacer nada. Yo no existía.
No sé si el dolor, la impotencia, el largo y personal cautiverio, todo convergía hacia mi aniquilamiento. Las noches de lluvia, frío y nieve salía a la calle a media noche. Maríu iba delante inspeccionando el camino, yo detrás cubriéndome con el paraguas. Teníamos acordados gestos y movimientos para hacernos entender cuando la vía estaba libre, que nadie pasaba en ese momento. Desde que se llevaron a mi hija cada día tenía más agobios. Que ya ni aquellos pequeños paseos podían calmar.
Tiempo después desarrollé un ántrax. Los dolores eran terribles. Maríu desesperaba, el ántrax subía por la pierna. “! Te vas a morir rabiando, hay que hacer algo!”. “Lo mismo me da que te fusilen como que te coma el maldito ántrax, voy a llamar a un médico”. Lloramos amargamente ante esta decisión que podía cambiar nuestras vidas, pero teníamos que salir de aquella angustia.
Llamó al médico y le explicamos la situación,le dijimos que estaba en sus manos y que por favor no me delatara. Me contestó: “no se preocupe”. Me curó y se fue. Antes de cuatro horas la policía estaba en casa.
Me llevaron al hospital donde me operaron y después a la cárcel. Vinieron los exhaustivos interrogatorios. Exigencias para que delatara o acusara, para firmar no sé que mamotretos hechos por ellos. Cuando se cansaron de interrogarme me tuvieron aún seis meses en prisión hasta que me soltaron. Lo primero que hice fue recuperar a mi hija y ponerme a trabajar”.
Esta hermosa historia ha dejado en mi espíritu un recuerdo inolvidable y me gustaría que otras muchas personas llegaran a conocerla. La historia de nuestro pueblo regada con tanta sangre y sufrimiento merece que nadie la esconda, porque olvidar es morir.
Salomé Moltó