Continuación «Cuento de Isa»


Paralizados como se hallaban no podían desviar la mirada de la puerta grande y negra de la casa. De repente aquella vetusta puerta se abrió y apareció una vieja con los cabellos blancos, larga túnica y enjutos miembros.

.-¡ No temáis muchachos, no temáis!. Decía con grandes gestos agitando sus largos brazos y moviendo al viento sus albos cabellos.

Esta figura les tranquilizó un poco, pero ninguno se movía. La vieja continuó.

.- Ya veo que estáis asustados, es porque habéis bebido de la fuente azul. El agua está envenenada. Este loco- añadió señalando al vagabundo- la ha emponzoñado para evitar que nadie se acerque. ¡Entrad, sentaos!.¡ Dejad que os cuente, es necesario que sepáis! ….

Finalmente la mujer consiguió tranquilizar a los muchachos que entraron en la casa.

Ya todos sentados al calor del hogar y mientras secaban sus ropas la dueña de la casa les contó:

.- Pablo es mi hijo, no está bien desde el día de la desgracia. ¡Sí queridos niños ocurrió una gran desgracia! – terminó la frase con tono compungido, fijada la mirada en su dolor interno – Nosotros siempre hemos vivido en estos lugares, nuestro amor por la naturaleza es infinito. Aquí siempre ha habido gran diversidad de animales, venían huyendo de los cazadores y se refugiaban en el bosque, nosotros les protegíamos, llegaron a familiarizarse tanto con nosotros que, incluso, comían en nuestras manos

Mi hijo los cuidaba con verdadero cariño, entre él y los animales se desarrolló una gran fraternidad. Un desgraciado día aparecieron unos cazadores con sus terribles rifles, los animales confiados no huyeron y una gran matanza sobrevino. Los cazadores tiraban a todo placer. Cuando los rifles de aquellos desaprensivos segaron la vida de aquellos nobles y confiados animales, Pablo se trastornó, temí que nunca más volvería en sus cabales. Ahora acecha a los excursionistas, pone en el agua de la fuente azul unas hierbas , los que la beben ven alucinaciones y pronto pliegan sus bártulos y se van, es su manera de proteger al bosque, de defender la naturaleza, metiendo miedo para que se vayan»

Poco a poco las cosas iban tomado un cariz normal cuando los chavales descendieron la cuesta, una vez el efecto de las hierbas había pasado, descubrieron en el suelo troncos de viejos árboles que el brebaje les había hecho confundir con cuerpos humanos.

Se despidieron de Pablo y de su madre y les prometieron volver, no tanto para hacer excursiones, como para ayudarles a proteger el bosque de todo tipo de violencia.

Salomé Molto

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