Al entrar en el salón, me senté sobre un sofá intensamente azul, seguí
pensando si mi visita a Matilde había sido una buena idea.
Una vecina me había dicho que Mati, había ido al cementerio, como todos los jueves, a
poner unas flores en la tumba de su difunto esposo y de su amiga.
– ¿Cómo te gusta el café?-me dijo.
– Fuerte, -contesté observando un aire de satisfacción en Matilde, quien colocaba la bandeja sobre la mesa recogiéndose la falda plisada que desplazó hacia la derecha y dejando su pierna izquierda al descubierto desde la rodilla.
Matilde era una mujer hermosa, a pesar de sobrepasar la cincuentena.
– ¿Has visto qué lápida tan hermosa?.
.- La de ella también lo es, pero menos.
.-Las flores no les faltan y no les faltarán mientras yo viva.
– Lo que me ha chocado ha sido que estén enterrados el uno junto al otro.
– ¿Y por qué no?. Al fin y al cabo murieron juntos.
Miré atentamente a esta mujer de ojos verdes con pestañas negras, con un cuerpo armónico y de talla media. Lo más hermoso: su pelo negro ensortijado como las gitanas que nos han mostrado los pintores costumbristas.
Su aire reposado, sino dichoso, sí tranquilo y dulce.
– Te veo bien; tranquila después de la tragedia. ¡Es impresionante lo bien que lo has superado!
– Sí, y no voy a decir que ha sido duro; lo he llevado muy bien.
-Me pregunto si esas visitas semanales que haces al cementerio calman tu ánimo, ¿O, hay algo más?
– No seas morbosa, a la gente le parece bien que le lleve flores a mi marido,
pero no entienden que se las lleve a ella.¿Tú crees que tengo un placer
morboso al ver que el accidente se los llevó a los dos?
– No sé qué pensar, pero que le lleves flores a la amante de tu marido me parece, pues, ¡muy
extraño!
Matilde se casó muy joven, la única hija que tuvo marchó a Holanda a ultimar sus estudios y ya
no volvió, se casó con un holandés de buena posición y se dedicaron a trabajar,
como ingenieros para una multinacional del petróleo.
Casi nunca llegaban a permanecer en el mismo país un año entero.
Matilde y Juan visitaban a su hija allí a donde ella los llamaba.
Solía suceder que el cartero les entregaba un sobre certificado donde había dos pasajes de avión para un país preciso y unas reservas en un hotel determinado.
El matrimonio hacía las maletas y se reunían con su hija y yerno durante unos días, luego volvían al pueblo y emprendían un año más de rutina.
En los tres últimos años Matilde hacía el viaje sola, Juan tenía siempre alguna cosa que hacer, alguna gestión inaplazable que atender.
– Sí, los tres últimos años los viajes los hacía sola y descubrí hasta qué punto estaba supeditada a las exigencias de mi marido.
Hasta el punto que vivir con él era un calvario.
– ¿¡No me digas,Matilde!? Siempre habéis sido una pareja ejemplar.
¿Qué pasó?. ¿Llegó la “hermosa jovencita” y todo se acabó?
-No, ¡qué va!. Todo estaba terminado antes de que ella llegara.¡Si hubieras visto cuando la sorprendí en mi alcoba!
– ¡Vaya por Dios! ¿Los sorprendiste en tu habitación y…? -repuse extrañada.
– No, a los dos no, a ella.
– No entiendo –le dije queriendo saber más.
– ¡Oh!, fue algo sorprendente…, y muy divertido.
Matilde, con una mirada entre pícara y jocosa intentaba recabar mi curiosidad, que por supuesto, iba en aumento.
Absorbió el resto del café y secó sus labios con la servilleta de papel de vivos colores.
– Cuando me vio quedo paralizada, repuso Matilde
Habían pasado la noche juntos, pues yo me había ausentado del pueblo para ver a mi tío Andrés que estaba enfermo.
Juan marchó temprano y elle quedo dormida y como yo me adelanté, la sorprendí en mi cama.
– ¡Qué bochorno! -Le repuse estupefacta.
– No, yo estaba encantada, porque esta cándida joven. ¡Bueno no tan joven!.
Se las daba de mucha experiencia y mucho “volteo de cama”. Bien, como
te digo. En ese momento vi una luz milagrosa, esta “aventurera” iba a llevarse a mi marido, iba a librarme de él.
-¿¡No me digas!? – Le repuse sorprendida, Matilde me miraba con los ojos pícaros y burlones.
– Sí, hija sí. Pero por un momento vi que todo podría quedar en nada. Llena
de espanto la pobre chica se hecho de rodillas, lloraba y me pedía perdón.
Que se iría del pueblo, que su estancia era sólo circunstancial, que ella no quería quitarle el marido a nadie, que si esto, que si aquello.
– ¡Ah!, – no llegué a decir más, no salia de mi asombro.
– ¡Ya ves! No sabes lo que tuve que bregar para saber pelos y detalles de
esta aventura con mi marido.
“Sí ha sido solo una aventura y yo le juro que..”, me llegó a decir. En ese momento pensé que todo se iba a frustrar. Así que ellos habían pasado una “aventurilla”, ahora ella se marchaba y yo tenía que cargar con “los restos del naufragio” y ser la comidilla del pueblo.
Pues no querida amiga, pues no.
– ¿Y que hiciste? ¿No te sentías mal de ser traicionada y en tu propia casa?
– Yo lo que quería era ganar mi libertad, que sólo gozaba cuando
llegaba el sobre de mi hija y podía coger el avión que me llevaba a estar un mes sin él en cualquier parte del mundo. De lo que hubo entre mi marido y yo no quedaba nada. Así que me decidí a adelantar acontecimientos.
Les propuse que se quedaran con el estudio que tenemos en Denia, que está cerca de aquí y que yo me quedaría con esta casa.
Se fue y se ve que hablaron largo y tendido, cuando vino Juan me hizo ver lo sorprendido que estaba.
Yo le hice creer que las personas civilizadas saben arreglar sus cosas, de forma adecuada y no dramática.
– ¡Me sorprendes! ¿Cómo es posible lo que me dices? -Le dije extrañada.
– Sí amiga mía, a partir de ese día lo primero que hice fue ir a la peluquería,
cambiar el peinado, forma de vestir, ir a los museos, a los restaurantes, en fin cambiar de vida.
A lo primero fui sola, luego me hice un par de amigas y empecé a salir los fines de semana, a hacer cosas que no las había hecho en toda mi vida, bueno en mi vida de casada. Experimenté nuevas sensaciones.
– ¿Y qué, te buscaste un novio?
– ¡No qué va!, libertad total. El susto me lo llevé tres meses después cuando todavía estábamos en los trámites de divorcio. Un día ella apareció en su trabajo con un ojo hinchado y vino a verme. Me dijo que Juan la había golpeado y que iba a dejarlo. Me quede sin aliento, toda mi libertad se iba al carajo, ella se largaba y él volvería imponiéndose, luego mi hija mediaría a favor de su padre (siempre lo ha querido mucho), y yo… ¿Tendría valor para negarme a la reconciliación?
Estuve varias semanas muy preocupada y pensando cómo iba a decirle a Juan que esta ya no era su casa, cuando me llega la noticia del accidente que habían sufrido en la autopista del mediterráneo. Muertos los dos.
A pesar de lo que puedas pensar, y hablándote con sinceridad, te diré, que tuve una sensación de alegría y pena a la vez instintiva, en el fondo no sabía cómo corresponder.
Estuve un rato más, pero ya no tuve valor de preguntar nada.
De vuelta a casa no dejé de pensar en esta extraña situación y a más vergüenza que como psicóloga no supe ni percibir, ni vislumbrar.
Salomé Moltó
¿Por qué os sorprende la conducta humana?… Siempre, como ley universal, todo efecto debe tener una causa…
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Porque me gustaría que las personas tuvieran más sentido común, aunque no sea el más común de los sentidos.
Gracias por tu lectura
Salomé
El 2/12/20 a las 15:13, Kosas y algo mas escribió: > WordPress.com >
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Gracias Nevel por leer mi modesto escrito. A mi nunca me ha sorprendido la conducta humana, tan diversa en todo los sentidos, pero investigar en este terreno siempre es interesante
Un cordial saludo
Salomé
El 2/12/20 a las 15:13, Kosas y algo mas escribió: > WordPress.com >
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Amiga, es para escribir un tango.¡Qué argumento!
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Gusté leerte. Una simple historia, pero con elementos que la hace interesante y grata su lectura.
Shalom amigazo
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