Nada de lo que viví hoy fue más fuerte que el impacto que recién recibí. Venía de regreso a mi casa, pero el autobús tuvo que frenar frente a un accidente de tránsito. Desde mi asiento pude ver lo que ocurría y mi impresión fue tan grande que no atinaba a quitar la vista: un hombre joven estaba tirado en el suelo como un fardo, mientras un paramédico le golpeaba fuertemente el pecho para que reaccionara. Mientras, otro enfermero preparaba una inyección. Para mis adentros rogaba por la vida de esa persona.
Para mayor, había en el autobús una persona mayor con su cuidador, pero el pobre anciano no dejaba de gritar y llorar abiertamente. La conductora, a quien conozco por las tantas veces que he viajado con ella, le daba la razón al hombre mayor, pero este seguía en su letanía.
Por mucho tiempo seguí con las impresiones vividas en mi mente de aquella escena. Esa visión me hizo reconocer del poco valor que tiene la vida, porque “hoy estamos y un instante después dejamos de estar”. Desde hace algún tiempo, mi filosofía de vida ha dado un vuelco. Muchas cosas de las que gustaba y que guardaba con recelo, ya no están conmigo. Las regalé.
En vez de lamentar lo que hice, me sentí feliz. Aprendí de mi madre una lección: “Lo que ya no te sirve, bótalo, para que guardar”. Cuanta razón tenía, pero lo hago de a poco, porque hay cosas que aún valoro, quizá regalos que me dieron con mucho cariño. No obstante, soy consiente que todo ello es “pasado” que ya no volverá.
A veces es grato rememorar momentos pasados, y luego seguir con el presente. Aprendí a darle el justo valor a la vida.
Hoy hago ruegos por los que nada tienen, y sufren muchas penas. Suplico seguir viviendo pese a que el mundo se ha vuelto al revés, loco y con exceso de maldad.
Regina Mizrahi
Kosas y algo mas 