El padre José Mª Lloréns fue un cura profundamente creyente en la Iglesia Católica Apostólica y Romana, pero que no pudo soportar la ignominia y la traición que su iglesia cometió contra la República española y contra su pueblo. Aunque nosotros, hace tiempo que estamos perfectamente convencidos del divorcio entre la Iglesia y el pueblo, este hombre tuvo el valor de denunciar un crimen, tan perfecto
Con el seudónimo de Joan Comás escribió, poco ante de morir, un libro titulado “La Iglesia contra la República española”. Lo hizo primero en catalán y después lo tradujo al castellano. Lo que honra al padre Lloréns es haber tenido el valor de denunciar los criminales hechos con nombres, apellidos y fechas. Por no aceptar la sublevación fascista tuvo que exiliarse en el 39 muriendo en Francia a finales de la década de los sesenta.
La gran cultura de este presbítero y las denuncias expuestas en el libro nos hacen leerlo con gran interés, aunque todo el libro refleja el profundo sentir de un hombre que cree perder las “almas” de un pueblo que considera católico, ajustando a cada denuncia un pasaje bíblico, de cómo él cree que tendríamos que reaccionar los unos y los otros para no abandonar el rebaño clerical que es el único que nos puede “salvar” Craso error, aunque lógico dentro de una mente creyente. Lamentamos no compartir la línea del autor.
Se extraña de la palabra “cruzada” con que los insurgentes, la Iglesia a la cabeza, acuñaron el criminal contubernio contra el pueblo español. Dice en uno de sus pasajes: “¿Ha existido nunca un motivo para hacer una “cruzada”, una guerra en nombre de Dios, de Cristo, de la religión que Él fundó?” Tanta candidez nos desconcierta Siempre a través de los siglos la Iglesia, desde que se constituyo como tal, ha sido beligerante contra el pueblo al que ha explotado, vejado y diezmado hasta límites extremos No entendemos su extrañeza ante la actitud que tomo la Iglesia poniéndose deliberadamente, del lado de Franco. Las posteriores explicaciones de lo que es la institución eclesial nos suenan a cantos de sirena.
Apunta, incluso, a la Iglesia constantina, haciendo clara referencia que desde el edicto de Milán decretado por Constantino allá por el lejano 300, la Iglesia se dividió en dos. Los jerarcas de la misma, o sea los constantinianos (vida de lujo y desmanes bajo la protección gubernamental) y la de los pobres curas que viven al lado del menesteroso.
El padre Lloréns denuncia a los primeros, pero aprueba a los segundos, para que estos, con sus votos de obediencia al Papa, nos guíen y no nos salgamos del redil marcado por los primeros. Así que todos quedamos en casa, seamos constantinianos o míseros.
Suena una voz de alarma en la mente de nuestro sacerdote cuando en el exilio es invitado a dar conferencias, pero vetándole el tema religioso. Se pregunta también por la nula acción apostólica del episcopado ante el drama del exilio, ante el sufrimiento de más de medio millón de seres exhaustos, hambrientos y enfermos que cruzaron la frontera huyendo del terror fascista y de su Iglesia. Padre Lloréns,
¿Qué quiere que hiciera esa Iglesia, sino estar contenta de su éxito?
Cuando llegamos a la página 399, el capítulo “Despedida” vemos con luz meridiana la postura del padre Lloréns. Vaya por delante que creemos que actuó con sinceridad y que escribió el libro con repulsión ante el monstruoso crimen del que fue testigo, pero nos preguntamos que es lo que más indignó a este santo varón, si el sufrimiento y la desesperación de nuestro pueblo o que este estuvo a punto de poner a la institución eclesial donde le corresponde estar. No puede evitar sermonearnos para que “salvemos nuestras almas” Apartarnos de la Iglesia es condenarnos al infierno, porque la Iglesia la creo Cristo.
Pero padre Lloréns, ¿cómo es posible que un hombre de su cultura y formación siga creyendo en el infierno? ¿Por qué no se atreve a rebelarse? ¿Por qué no se une a nosotros y pedimos cuentas de tantos sufrimientos infligidos? ¿Por qué no acabamos con esta gran farsa? Solo tendría que darles un portazo en las narices, y todos los, como usted dice, constantinianos, caerían por su propio peso Porque como decía el manchego: no hay mentira que dure más que esta.
Salomé Moltó
Estando de acuerdo o no con el padre Llorens, hay que admitir fue muy valiente. Lo mismo que un cura argentino cuyo nombre en este momento se me escapa, tendría que buscarlo en mi biblioteca, al escribir el libro «Perón, la Iglesia y un cura» después de la Revolución Fusiladora de 1955. Claro que también tuvo que exiliarse. Muy bueno tu análisis, Salomé. Te mando un abrazo
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